Cuando llegaban los meses de octubre y noviembre, nuestro barrio tenía una actividad increíble, al atardecer infinidad de pequeños borriquillos o de esbeltas mulas y algún que otro destartalado camión de la época (los había con neumáticos macizos, sin cámara), descargaban nuestro ansiado y más apreciado fruto...las aceitunas. Esta labor se hacía por la “puerta falsa” de este molino, en los alrededores del nuestro bonito Parque “Alcántara Romero”, que hoy es un gran edificio de pisos.
Los chavales, después de salir de la escuela por la tarde, teníamos como una de nuestras diversiones irnos al Molino por la calle Santa Ana y. aprovechando uno de los descuidos de los trabajadores, coger un “trozo de pasta” de orujo, aún calentito, después de haberle extraído hasta la última gota del rico aceite.
Una vez conseguíamos varios trozos de este orujo… ya teníamos la “munición” ideal para luchar entre partidas de amigos o contra chavales de otro barrio cercano, en un “apedreo” pero, sin piedras, que era más peligroso, si no ¡que me lo digan a mí!...que sufrí dos heridas de "aquellas guerras”, con la consiguiente cura en la Casa de Socorro.
También me viene a la memoria, la curiosidad que teníamos para ver y de poderle verlo correr, un magnífico automóvil que tenía don Manuel Piedra en su cochera, de aquel mismo edificio, que hacía esquina por la parte del Paseo, concretamente donde hoy se encuentra una Pizzería. Aquel coche era, ni más ni menos que un Bugatti, uno de los modelos en coches de carrera famosos en la época, años 1920 y 1930. Según creo este bonito coche se lo regaló su padre a don Manuel, pero no recuerdo de haberlo visto por la calle, y eso que teníamos ganas de verlo. Algunas veces lo vimos arrancarlo pero dentro de la cochera...
Recuerdo también que una vez, en un entierro de la calle Santa Ana, por la puerta del Molino...había muchísima gente,me parece que era de un hermano de don Manuel llamado Pepe, que era militar y murió por aquellas fechas, a pesar de mi corta edad, lo recuerdo perfectamente.
Volviendo al modelo de este auto de carreras, sin duda era de los más famosos en las competiciones de élite, sobre todo los modelos Type 32 y 35.
Y por último, otros de mis recuerdos de la calle Santa Ana: los partidos de fútbol. Encuentros que a diario jugábamos con una pelota de trapo o de papeles…toda una obra de arte que hacíamos con cuerdas formando una red. Y al terminar la competición, en las tardes durante el curso escolar del Instituto, cuando los colegiales del internado que daban a esta calle, a la hora de la merienda…los chicos pedíamos a voces: - ¡colegial echa!…- y estos nos tiraban trozos de chocolate y pan blanco.
¡Había hambre entonces!, también me viene a la memoria unos preciosos panecitos, de cuadros, que vendían, en la verbena de San Antonio por la ventana de la sacristía de la Iglesia de la Soledad, el titular sacristán se llamaba Agustín, y estaba un poco sordo…
Termino estos recuerdos del Molino de aceite de la calle Santa Ana con añoranza de tiempos pasados, tiempos de alegrías y desesperanza, pero, sin duda, recuerdos que no se nos borran de muestra imaginación, ya un poco cansada por los años.