Hay que situarse en aquellos años, 1946, 47, 48… la situación en España era calamitosa, habíamos salido de la Guerra Civil y también de la 2ª Guerra Mundial, escaseaban los alimentos, el transporte era horroroso y la vestimenta una pena.
Estrenar un traje era poco más o menos que un acontecimiento. Con mucha suerte podías aspirar a heredar el que tu hermano mayor desechaba, porque se le había quedado pequeño, y para ello había unas señoras costureras que nos hacían milagros con la aguja y el dedal, te volvían el traje del revés y parecían nuevos, cuando te los ponías, en Semana Santa, en la Feria de San Juan o en el Día de la Virgen de la Sierra.
Quiero recordar que el primer traje nuevo que yo estrené, de verdad, tendría 19 o 20 añitos… Todos los anteriores habían sido heredados. Recuerdo que este primer traje me lo hizo un sastre muy renombrado por estos lares llamado “Sastrería López” de Lucena, que lo representaba en Cabra un buen amigo llamado Andrés Urbano.
El bueno de Andrés te lo vendía a crédito, a pagar en un año con una cuota de 15 o 20 pesetas, mediante doce “letras de cambio” negociadas por un banco de la localidad, debidamente aceptadas con la firma del cliente. Esto era muy serio, si no las pagabas en su día pasaban al “protesto” ante Notario y con ello atenerse a las consecuencias...
En el verano del 49, se pusieron de moda las chaquetas blancas.¡Blancas como palomas ! Y...muy largas, algunos se pasaban de modernos y mas que chaquetas de caballeros parecían batas de médicos, pero ... ¡¡ cómo era la moda !!
En invierno, y por esa misma época, se pusieron de moda de caballero también, una especie de gabardinas que le llamaban “trincheras” y eran muy bonitas, a mí me gustaban mucho. Pero lo que no me hacía gracia es que esa moda venía acompañada de que,lo elegante era que la “trinchera” estuviese más bien sucia, manchada, no muy planchad. Los más "modernos" que seguían esta curiosa moda eran capaces de llegar a un taller de mecánica para ensuciarlos a conciencia.
En cuanto a la zapatería, los jóvenes no sabíamos que era ir a un buen establecimiento y comprar de un golpe, soltando los “cuartos”, y llevarte unos zapatos, los que más que te gustaran. No y mil veces no...
Lo mandado era ir a un zapatero de la localidad, que los había y muy buenos. Que te tomaran las medidas para hacértelos, luego entrar en una… podríamos llamarle una especie de “DITA” o “IGUALÁ”, pagando semanalmente una cantidad, entrabas en un sorteo entre muchos clientes, dándote un número y si en el transcurso de esas semanas tu número coincidía con el Sorteo de los Ciegos, ya no pagabas más; y el zapatero de turno te confeccionaba los zapatos o botas convenidas. Si no tenías suerte, pagabas religiosamente el valor total de tu calzado y en paz.
El padre de mis buenos amigos Juan y Rafael Alguacil Jurado, que vivían una casa más abajo de la mía (la Fonda Guzmán) era un profesional zapatero artesano, en su taller de la calle Pepita Jiménez se confeccionaban magníficos pares para “este procedimiento”, allí trabajaba el mejor artista de esta profesión, se llamaba Mediavilla, un magnifico artesano del calzado, pero que tenía un genio de “mil diablos”.
Como digo era muy difícil y costoso vestir bien, ya que muchos jóvenes no podíamos aspirar a esto que les cuento. La solución para “trajearse” era comprar un “corte” del traje, que te gustara, a través de los señores “diteros” que te los vendían para pagar a diario o semanalmente una pequeña cuota, y cuando ya estaba pagada te daban el “corte del traje” elegido.
Algunas o muchas veces, no venía correcto, faltaba tela y entonces se presentaba un gran problema. Pero a males, soluciones: cogías la tela se la llevabas a las referidas señoras costureras de caballero y te lo hacían… no tan bien como los señores sastres, pero finalmente quedaba bastante bien y mucho más barato.
De esta forma. a mí me hicieron varios trajes, tampoco muchos.... pero que son recuerdos de mi juventud.
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