Confieso a mis lectores que esta afición que tengo a contar historias y vivencias en estos postreros años que me quedan, ya que son 88 los que han pasado como un rodillo sobre mi mente... me sobrevienen a la memoria normalmente, en las largas horas de mis madrugadas.
A esas horas tranquilas y a oscuras, la radio me ayuda a enhebrar estos relatos cortos o historias. Así hace poco oyendo un programa que me encanta de RNE titulado “VÍSPERAS DEL INFINITO”... recordé lo mucho y positivo que representaba para los chavales de Cabra, en los aciagos años 40, la BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL.
Teníamos tanta pasión a ir a aquel "templo de los libros", como la de jugar con los “trompos” o a las bolas. Estábamos deseando que llegaran las 4 o 5 de la tarde, que era la hora que se abrían las puertas de esta docta casa en la calle San Martin, en el edificio del antiguo Ayuntamiento, en una dependencia en el lugar en que unos años después ocupara la Remitencia de Hortelanos.
Les aseguro que había una nutrida cola de chavales para poder entrar a este local. Incluso muchas veces nos quedábamos fuera, sin poder entrar y con gran pesar.
El control de acceso a la Biblioteca lo llevaba el auxiliar de que era entonces bibliotecario, nuestro recordado D. Juan Soca. Aquel personaje se llamaba Antonio Moreno Maíz, que con enérgica voz nos decía… -¡Ya no hay más sitio!… ¡Así que hasta mañana!.
Y recuerdo que si teníamos la suerte de entrar, nos sentábamos en unas bancas corridas , en una larga mesa a “dos aguas”, como los tejados. Allí no se sentía una mosca, pues el señor Moreno Maíz ponía de patitas en la calle al charlatán de turno. Don Antoni, nos pedía a cada uno de lo que queríamos leer y… casi todos queríamos el mismo, un libro cuyo título era “Campeones”, un libro “grandote”, dedicado a los deportes, sobre todo al fútbol.
Yo supongo que habría cinco o seis ejemplares de aquel libro, que se agotaban rápidamente. Entonces elegíamos otros de los que nos gustaban como Robinson Crusoe, los Tres Mosqueteros, Tebeos de la época como Pulgarcito, el Guerrero del Antifaz, Jorge y Fernando, Flash Gordon, Juan Centella... o novelas del Coyote, del Oeste. O bien alguna lectura que amablemente nos recomendaba el citado señor Moreno.
Vuelvo a insistir, el silencio era respetado estrictamente, pues sabíamos a lo que nos exponíamos. Este templo del saber era nuestros gran entretenimiento, parecido lo que hoy es para los chicos un Móvil o una Tableta, que tanto les entusiasma y les “come el coco”.
Sinceramente creo que los libros instruyen más y puede ser un entretenimiento más positivo, pues la semilla de un buen libro, creo es mucho más provechoso, pero…¡Los tiempos son respetables!.
Otra cosa positiva, que veíamos la inmensa mayoría de los jóvenes ya entrados en los trece o catorce años en la Biblioteca era, que además de leer, teníamos la ayuda, el consejo y la experiencia de don Juan Soca, nuestro sabio Bibliotecario. Siempre acertaba a dar aquella idea que uno precisaba, a pesar de la dificultad por su forma de hablar. Como era sabido don Juan tenía una tartamudez no muy grande, pero si se ponía nervioso, le se notaba aún más.
Otro aspecto positivo importante para nuestra formación, era la competencia que había entre la juventud, para conseguir ser de los mejores lectores del año. Para ello se establecía un baremo para reconocer los méritos lectores, como era el número de asistencias a la Biblioteca y la calidad de las obras que leías.
El premio al final de la temporada de lectura, que se daba en una pequeña ceremonia donde se daban los nombres de los afortunados y la entrega de un Carnet Especial, para sacar libros y llevártelos a la casa. Este sistema era muy interesante, ya que uno podía seguir leyendo la apasionante novela que leías día a día en la sala de la Biblioteca y también en casa.
Para poder retirar uno o más libros al mes, era preciso, estar en posesión del Carnet de Lector, que lo podías obtener con una solicitud que presentabas, firmada por nuestros padres o por dos personas mayores que te avalaban.
En resumen, la Biblioteca Pública Municipal de Cabra fue un verdadero faro de educación y de cultura, que además estaba muy bien servido por las dos personas que antes les he referido, don Juan Soca Muñoz y don Antonio Moreno Maíz, padre de don Antonio Moreno Hurtado, buen amigo y gran historiador de nuestro querido pueblo.