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martes, 30 de diciembre de 2014

ESTUDIANDO EN EL INSTITUTO DE CABRA


 
      
En el Curso 1940/41 mis padres me matricularon para ingresar en la Escuela Preparatoria del Instituto de Bachillerato “Aguilar y Eslava”, Tuve la gran suerte de tener en aquella etapa, tan importante para mí, al mejor Profesor o Maestro Nacional de todos los tiempos, a Don Francisco Molina Benítez, un enseñante adelantado a su época, con unos métodos que aún hoy resultan del todo increíbles. Como era, por ejemplo, el “cálculo mental rápido”, que más adelante les explicaré con más detalle y además como persona... Era un caballero con mayúscula ,sin tacha, ¡¡ un verdadero señor !!. 
      
Las clases de Preparatoria era para ingresar al año siguiente en primer curso de Bachillerato. La clase la componíamos un conglomerado de chavales de lo más variado Pero de los que más y mejores recuerdos tengo, por nuestras vivencias, travesuras y gustos afines, eran, por ejemplo: Antonio Palomar Yébenes, Rafael López Duran, (mi primo como nos decíamos), Alonso Santiago Alguacil, Eduardo Oteros Priego, Fernando Corpas Muriel, Juan Pérez Fernández, Manuel Martín Hurtado “El Torreño,” (porque era  de Torre del Mar), Pepe Martín “El Carrero”, Manuel Guijarro Serrano, su primo Alfonso Guijarro Porras, y …Juan de Dios Sanz Delgado... Había algunos más y tener que enumerarlos a todos sería interminable la lista.


       
Ahora y según compruebo, todos se han defendido bien en la vida se han situado profesionalmente bastante bien. La triste realidad es que por este año de 2013, (fecha que estoy pasando a limpio estos folios), faltan algunos de estos buenos amigos, Antonio Palomar, Rafael López, Fernando Corpas, Juanito Pérez, Pepe Martín, Manolo Guijarro y el último Alonso Santiago Alguacil, a todos los he sentido como si de mi familia se tratara o de algo mío.
        
Hablando de nuevo de Don Francisco Molina, mi MAESTRO de Preparatoria. Este gran Maestro tenía unos métodos de enseñanza increíbles, como el ejercicio mental del “cálculo mental rápido”, que antes aludía. Este ejercicio era una forma de enseñar las matemáticas a chavales de diez a doce años, de forma agradable. Éramos capaces de efectuar, mentalmente, operaciones de sumar, restar, multiplicar y dividir, solo con la mente. Nos hacía ver el maestro que en nuestra mente teníamos una pizarra,…¡ solamente, con la mente,! y podíamos ver las diferentes operaciones. Recuerdo que cerrábamos los ojos y prácticamente veíamos los números para operar y al final calcular el resultado. También nos hacía estudiar en varios mapas “mudos”, es decir sin textos. En ellos aprendíamos a conocer nombres de los ríos, los volcanes, los países, sus capitales, etc. etc. Pero…no solo de España, sino de todo el mundo. Además estos ejercicios y otros más, los hacíamos en forma de competición... Pero competíamos en buena lid, jugando de verdad y el premio era ocupar los primeros puestos en los bancos de la clase. Salíamos tan bien preparados en aquella fase de enseñanza que pasábamos a Primer Curso de Bachillerato, sin más exámenes de entrada, como era lo legislado para poder iniciar los siete años de Bachiller. Esta era una importante etapa para poder pasar a los estudios Universitarios.



En este mismo curso de la Preparatoria se podía optar a una Matrícula de Honor. Para ello, a juicio de Don Francisco elegía a cuatro o cinco alumnos, de los más aventajados que los demás y durante el verano, en su casa particular, de la calle Marqués de Cabra, que era la misma casa que vivía el célebre y querido poeta egabrense Don Juan Soca, que era su cuñado. Don Francisco nos enseñaba a efectuar varias redacciones gramaticales y operaciones matemáticas. Los alumnos que aquel año eligió, yo fui uno de ellos. Los demás afortunados eran, Antonio Palomar Yébenes, Alonso Santiago Alguacil, Eduardo Oteros Priego y Alfonso Guijarro Porras. Los ejercicio los hicimos ante un Tribunal, presidido por el entonces Director Don José Arjona López. El ejercicio nos salió bordado, todos lo aprobamos y conseguimos la deseada Matrícula de Honor. Para mí personalmente, fue de una satisfacción muy grande, pues como decía en principio, ¡¡ no solo de travesuras vivíamos los chiquillos de esa época.!!

Una vez iniciados los estudios de Bachillerato ya no nos iba tan a gusto como con Don Francisco. Cada Profesor era de una manera de ser y ni intelectual ni humanamente se parecían a nuestro querido Maestro. Esta primera etapa del Bachillerato era más seria, pero no por ello dejamos de hacer las travesuras de antes. Por consiguiente volvimos a nuestras andanzas y que a continuación paso a relatar.

Teníamos un Profesor de Ciencias Cosmológicas, lo que hoy se llaman Naturaleza, llamado Don Miguel Ruiz Ballón. Este hombre era un gran tipo, tenía las ocurrencias más originales que de profesor alguno se cuentan. Como por ejemplo... Sentarse encima de su bufete... en lugar del sillón. También el aprendernos  de memoria un pequeño párrafo del libro, con puntos y comas, que tenía aquella frase.  Recuerdo que un día llevaba yo a la clase, sin que lo viera el Profesor, un pequeño camaleón vivo, me acuerdo perfectamente. Los compañeros que estaban cerca de mí se chivaron ... Entonces Don Miguel,  con potente voz  me dice: -¡Que el señor propietario del reptil, salga inmediatamente de la clase y deposite en campo abierto al inocente animal y lo ponga en libertad!. Vean mi  azoramiento, saliendo expulsado de clase, por culpa de mis compañeros chivatos ... Otro día se cuenta, que a un alumno  amigo mío llamado Pepe Figueras, que era un “pinta” le dijo que nombrara a cinco  animales del Polo Norte ... Y que este le contestó ...- ¡ Tres osos y dos focas!.-... Y se quedó tan pancho.

Otra anécdota que no se me olvida fue con otro Profesor, llamado Don Manuel Cordón, y de mote “El Púo”. Este era un señor. que, intelectualmente era un fuera de serie, pero... Era, un ¡¡ gran tímido!!, se podría denominar enfermiza. El colmo de la timidez ... No podías mirarle a la cara, porque se ponía ruborizado y eso, yo lo explotaba mirándole muy fijamente y de esta forma no me sacaba a la pizarra…¡nunca!. A mí no me tragaba, por eso yo lo pagaba con no asistir, casi nunca, a sus clases. Pero algún día que otro, me daba por asistir y al verme ... :exclamaba...¡¡ HOMBRE, ...HOY HAN VENIDO A CLASE, EL SABIO CORPAS, EL ILUSTRE GUZMÁN Y SUUU... PANDILLA !!.

Así iba transcurriendo mi etapa escolar, yo les podría contar muchas más anécdotas, pero había algunas cosas que recuerdo con mas fuerza. Era calcular el tiempo que tenía que pasar, para faltar a una, dos o más clases del Instituto. Esto iba compaginado con el paseo que pensábamos dar. Por ejemplo: decíamos, vamos a faltar a una sola clase ...entonces nos íbamos para la senda de las huertas del Caz, de forma que el regreso coincidía con la salida de la clase anterior. Que los “novillos” eran para faltar a dos clases...entonces el paseo era algo mayor. Y por último, si decidíamos faltar a todas las clases de la mañana. Entonces organizábamos un partido de futbol en el Campo Chico, o bien nos íbamos a dar un paseo hasta llegar al “Chorrón”, lugar que nos gustaba mucho por la belleza del paisaje y la cantidad de agua que bajaba, entonces, por aquel río y que ahora no se le ve ni gota de agua.


sábado, 13 de diciembre de 2014

LOS PIROTÉCNICOS

Salvador y Manolo Guzmán
Con uniforme de Pelayos (1937)

No me cabe la menor duda de que no fuimos nosotros, ni mi hermano Manolo, ni yo, los que inventamos la pólvora.


La pólvora fue inventada por los chinos hace muchísimos años antes, al parecer llegó a Europa introducida desde el cercano Oriente Medio, aunque se ha demostrado que en China se conocía desde el siglo IX. En un principio se le llamaba “polvo negro”. Hasta el siglo XIII la pólvora era monopolio de China y a partir de  esta fecha se empezó a utilizar en Europa, siendo este explosivo solamente usado para los cañones. A partir del siglo XV ya se empleaba en armas de fuego personales. 


Los chiquillos de nuestra época, años 30 y 40 del siglo XX, teníamos a nuestro alcance pequeños fuegos artificiales y bombas infantiles que las vendían en Cabra en una tienda de la calle Córdoba llamada la “Casa de Jiguitos”. Valían una “pasta” y nosotros no teníamos entonces un céntimo. Mi hermano Manolo, que era el inventor de la pandilla, se le ocurrió que podíamos fabricarlas, …¿cómo?...Muy sencillo en la Droguería de la Señora, (La Viuda de Acosta) en la calle Buitrago, compramos unas pastillas de Clorato Potásico que se usaban para curar pequeñas heridas de la boca, y machacándolas las convertíamos en polvo, después le añadíamos azufre y carbón también en polvo. Con estos tres ingredientes muy bien mezclados, fabricábamos nuestra… ¡pólvora!.



En otros momentos, con cañas de la vereda del riachuelo de las huertas altas de la Senda de Enmedio, construíamos unos castillos amarrados con cuerda y en las juntas colocabamos unos saquitos de nuestro misterioso explosivo, los uníamos a otros saquitos con una cuerda mojada en aguacola y emborrizada de nuestra pólvora casera. 



Cuando prendíamos fuego a nuestra obra de arte de caña, aquello comenzaba a arder con una bonita llama de color violeta y al poco se consumía entre llamaradas aquel frágil castillo… ¡nuestro invento se había hecho realidad! ya éramos unos auténticos pirotécnicos.

martes, 28 de octubre de 2014

Cerca de la Soledad



Mi relación con la Real Archicofradía de Ntra. Sra. de la Soledad de Cabra se remonta a muchísimos años. Que personalmente recuerde desde el año 1936, como se puede ver en las fotografías, en las que aparezco vestido de capuchón (que es como en Cabra llamamos a la túnica o hábito de nazareno o penitente) en compañía de mi hermano Manolo, dos años mayor que yo, teníamos entonces 6 y 8 años respectivamente.


Desde entonces he sido cofrade de la Soledad, y como dato histórico diré que en esos años la Iglesia o Ermita estaba muy deteriorada, porque yo vivía a menos de 20 metros y mi amistad con el santero de entonces de nombre Agustín, que tenía dos hijas y jugábamos con otros niños en la Iglesia porque no había culto, ya que solo era una superficie con nuestra bendita Imagen en el altar mayor y las otras imágenes que aún hay en sus capillas.

Por los años, 40 quiero recordar que Don Manuel Piedra del Real que vivía en la calle Santa Ana múm.3, por su cuenta, acometió una gran reforma y quedó como la hemos visto estos años de atrás, antes de la última restauración por la caída de la techumbre. 

He conocido varios y magníficos Hermanos Mayores de la Soledad, entre ellos don Carlos Escofet, el citado don Manuel Piedra y por los años 60 don Juan Antonio Muriel Marín, con este señor colaboré con él en varias legislatura y tuve el honor, a petición de la Junta de Gobierno, de diseñar un boceto de capuchón, que respetando el color de la túnicas blanca, capa y capirote negro, estuviera adornado con unos agremanes que le daban un aspecto más rico en su conjunto. Fui muchos años del equipo que juzgaba las mejores saetas y premiando las de mayor calidad, atendiendo el criterio también del sentir popular, valorando ésto llegábamos a la conclusión de cuál era la mejor saeta y cantaor. 


También recuerdo como dato curioso que en esos años de 1936 y 1937 y algunos más, los escudos de las capas negras de nuestro habito tenían tachada con tinta china la palabra REAL y también tachada con tinta negra la CORONA, aunque estos escudos sirvieron varios años después con la dictadura hasta que nuevamente se imprimieron unos nuevos, restituyendo lo borrado. También recuerdo que esos primeros escudos fueron diseñados e impresos en la Litografía de la “Casa del Ancla” en la Fábrica de Envases de la firma Pallares Hermanos.

En la antigua Fonda Guzmán los días del Septenario a la Virgen de la Soledad, se quedaba dicha pensión sin una silla, ya que a las personas que llegaban a casa no se les negaba ningún asiento; muchos años siendo aún un chiquillo al terminar la maravillosa función religiosa yo era el encargado de recibir cada una de las sillas que me iban devolviendo, oyendo la frase repetida de… ¡muchas gracias Rosa!... Rosa era mi madre.

Creo que se deben de recordar estas pequeñas anécdotas que conforman la historia de toda una vida, que en mi caso, y durante mucho tiempo ha transcurrido... cerca de la Soledad.





martes, 22 de julio de 2014

CAMPAMENTO VOLANTE


Con los veranos de la posguerra, los campamentos juveniles se convirtieron en unas de las actividades que más nos gustaban a los chavales de entonces. Los años cuarenta (1946 a 1948), fueron tiempos de carestía, de cartillas de racionamiento y de penurias, en los que el hambre hacía presa en las capas sociales más débiles y en aquellos campamentos se comía bastante bien, cosa importante.

Había campamentos fijos en la sierra o la costa y también unos campamentos que se llamaban “volantes”, porque que se desplazaban haciendo un recorrido previamente señalado que duraba entre 8 y 10 días. 

Yo participé en uno de esos campamentos volantes que se desarrolló por la zona del Sur de Córdoba, concretamente entre la campiña y la subbética: Aguilar de la Frontera, Moriles, Lucena, Rute y sus zonas más interesantes, la Laguna de la Zóñar, la Ermita de Ntra, Sra. de Araceli, la Serranía de Rute... Y recuerdo con nostalgia que hicimos un recorrido muy bonito e interesante.

Partimos de Cabra en tren hasta Córdoba, una vez en la capital nos dirigimos a la Delegación Provincial de la Organización Juvenil Española (OJE), para proveernos del material para las acampadas, en especial unos macutos llamados Celtas, que contenían en su interior un capote para el agua y que con seis de ellos se construían una tienda de campaña, aparte: los mástiles, vientos y demás accesorios. También nos facilitaron, parte de los alimentos para los primeros días, y el resto nos lo irían facilitando en los Ayuntamientos de las localidades que íbamos a visitar.

Este “campamento volante”, quiero recordar, estaba compuesto por unos treinta chavales, todos de Cabra y bajo las órdenes de un Jefe de Campamento que se llamaba Alejando Navarrete Valenzuela, que no era de Cabra, pero era como si lo fuera, un Sub-jefe llamado, creo recordar, Francisco Reyes, un Secretario, mi buen amigo Pepito Figueras, y como Intendente, un servidor, Salvador Guzmán Arroyo. 

Aquella primera noche dormimos en Córdoba en un edificio que le llamaban la Puerta del Rincón, muy cerca de la Delegación Provincial de la OJE; en literas y camastros en el suelo. Por la mañana nos dieron el desayuno y marchamos en formación hacia la estación del ferrocarril, y cogimos un tren correo que nos dejó en el pueblo de Aguilar de la Frontera. Una vez allí, con la equipación completa, nos pusimos en marcha andando hacia la Laguna Zóñar. Acampamos muy cerca de un manantial que hay allí, y cuando terminamos de montar las tiendas de campaña nos dispusimos a cocinar. Yo como intendente a cada escuadra formada por seis compañeros, les distribuía los alimentos y les explicaba como los tenían que preparar ( Para ello disponía de una serie de recetas fáciles que mi hermana Carmen me había confeccionado), aunque casi siempre comíamos huevos revueltos con patatas fritas y algún embutido.

Por la tarde, fuimos a la laguna que resultó ser un lugar encantador, lo recuerdo como un paisaje precioso, de aguas limpias en las que habitaban gran cantidad de patos de diferentes especies. Nos dimos un buen baño y ocurrió un percance que podía haber costado un gran disgusto. 

Y es que en aquella época, casi ninguno de nosotros sabíamos nadar y aunque nos bañamos cerca de la orilla, aquella laguna no era una playa, y a los pocos metros había zonas con una mayor profundidad. Un buen amigo llamado Eduardo Oteros perdió pie y comenzó a bracear muy apurado y casi se ahoga; menos mal que estaba cerca el Jefe del campamento y le echó mano para que no se hundiera sujetándolo por la cadenita de una medalla que Eduardo llevaba al cuello. No pasó, gracias a Dios, mayor desgracia, y nos sirvió de aviso para que no adentráramos en la laguna.

Dormimos en aquel paraje aguilarense y al día siguiente marchamos hacia Moriles, que estaba relativamente cerca de donde habíamos acampado. Marchamos con paso rápido para recorrer pronto los 12 o 14 kilómetros de distancia, íbamos cantando y con la algarabía propia de la edad. Una vez llegamos a Moriles, pueblo famoso por sus vinos, acampamos cerca del pueblo a pocos metros de una fuente. 

Los mandos, estos éramos, Alejando Navarrete, Pepe Figueras y yo, nos dirigimos hacia el Ayuntamiento para entrevistarnos con el Alcalde que tendría que proveernos de alimentos, y que como había racionamiento para algunos de ellos, nos los canjearían por unos vales para aceite, pan, harina, etc. que retirábamos de algún comercio de la localidad. En este pueblecito estuvimos un día, y a la siguiente mañana continuamos hasta Lucena que se encontraba otros 10 o 15 kilómetros.

Cuando llegamos a Lucena acampamos en un lugar llamado el Fontanar que se encuentra hacia la salida de Lucena a Rute. Un lugar con mucha arboleda y buenas sombras, fuente de agua… idóneo para una acampada. 

Mientras se montaban las tiendas de campaña, igual que hicimos en Moriles nos encaminamos al Ayuntamiento para aprovisionarnos y hacer las compras para dos o tres días que pasaríamos en Lucena y en su Ermita de la Virgen de Araceli en la bonita Sierra de Aras; por cierto que en este lugar la noche del último día de estancia para efectuar la última etapa, nos cogió una enorme tormenta en un lugar llamado La Fuente de la Plata.

En aquel paraje nos cayó el agua “a mantas” y teníamos muy cerca un tendido eléctrico de Alta Tensión que cuando recogía algún rayo “chisporreteaba” y aquello parecía la Guerra de Marruecos.

Todos estábamos muertos de miedo y Navarrete creyó oportuno alejarnos de allí, así que de noche, lloviendo a mares, desmontamos el campamento que estaba asentado en un olivar y cogimos carretera hacia arriba hasta llegar a la Ermita. Nos rodeo la oscuridad y la cima parecía “boca de lobo”, llamamos insistentemente en la puerta del santero y nos acogió en su casa, allí dormimos en el suelo, algunos tuvimos la suerte de coger una mesa y sobre ella pasamos la noche, me pareció un mullido colchón en comparación del suelo empapado del olivar. 

La mañana siguiente amaneció despejado, un gran día. Hicimos nuestro desayuno en la explanada delante del Santuario y salimos para el pueblo de Rute, esta fue la etapa más larga, unos 20 kilómetros y cuando llegamos, extenuados y bastante cansados por la marcha y por la noche pasada de la tormenta, acampamos cerca en un lugar que había una gran fuente con abrevaderos de ganado. No recuerdo como se llamaba este lugar. Y entonces lo de siempre, mientras los compañeros montaban las tiendas los “jefecillos” íbamos al Ayuntamiento para las provisiones. 

Coincidió que las fiestas de la Virgen del Carmen eran al día siguiente y el Alcalde nos pidió que desfiláramos en la procesión, y no pudimos negarnos y cumplimos. 

Ese 16 de julio desfilamos delante de la Virgen, a paso lento… Quien conozca Rute sabe las cuestas que tiene este bello pueblo de la Subbética y a nosotros nos sentó fatal, terminamos destrozados y cuando el desfile se acabó, nos prometieron un refrigerio, que esperábamos tuviera forma de un gran bocadillo ... ¿Saben lo que nos dieron?

Unos “porrones” con “palomas” que es como allí llaman al agua fresca con aguardiente de Rute. Muy fresquito, muy rico pero no aplacaba el hambre que teníamos a aquellas altas horas de la noche, así que volvimos al campamento con las orejas gachas y cansados, nos acostamos sin cenar.

Otra anécdota que contar de nuestro paso por Rute fue que el primer día que llegamos nuestro aspecto era deplorable, sucios, llenos de polvo, guarros de verdad pero... destacaba uno que iba de “dulce”, limpio planchadito, porque cuidaba muy bien su ropa y aseo, era mi buen amigo Antonio Arenas, ya de mayor funcionario del Registro de la Propiedad.

Los demás “guarretes” le quisimos dar una broma, aprovechando que no estaba en su tienda le cogimos parte de su ropa, camisa y pantalón y lo ensuciamos a conciencia, hasta manchas de aceite y el día de la procesión iba como siempre, perfectamente limpio y nos quedamos “pasmados”…

¿Qué había pasado?… pues que confundimos la ropa, y la que ensuciamos era la de otro compañero que creo se llamaba Antonio Montes y el pobre iba como el peor de todos y daba pena verlo. 

Este fue el último día de nuestro “campamento volante” y con el que dimos por terminado esta excursión que organizaba la Delegación de esta Organización Juvenil (O.J.E.), que jocosamente nos llamaban los “Niños Cactus”, porque con en pantalón corto y con los pelos de las piernas parecíamos “cactus”. 

No recuerdo donde cogimos el tren de vuelta, creo que fue en Lucena y desde allí hasta Córdoba para devolver la equipación, los llamados “celtas”. Yo como era el que velaba y distribuía los alimentos pude distraer una cantimplora llenita de azúcar, que en casa celebramos días después. Entonces en los desayunos, el café se endulzaba con caramelos o con miel, pues no había azúcar, solo la poca que daban con la Cartilla de Racionamiento. Y gracias a aquella distracción, mi madre, Mamá Rosa tomó unos pocos de días su cafetito de la tarde bien azucarado...


miércoles, 25 de junio de 2014

SOBRE LA “PELI”... EL SIGNO DE LA CRUZ



Hoy voy a contar una anécdota que nos ocurrió allá por los años 1937 o 1938, a mis hermanos Isabel y Manolo, y a mí, el más pequeño de la cuadrilla. Era un día de invierno y pasaban una película en el antiguo y precioso CINE PRINCIPAL, una sala de cine clásica, de aquella época, en forma de herradura, rodeado por tres pisos de palcos y plateas el de la primera planta. Los otros dos de plateas a ambos lados y en los fondos los llamados “gallineros”, que eran unos asientos en escalera de madera que tendrían 8 o 9 bancadas. Abajo, la sala de butacas numeradas, en el centro un pasillo hasta el fondo del escenario, donde se encontraba la gran pantalla de proyección y unas rojas cortinas que la enmarcaban.. 



Aquel día proyectaban en el cine, una película que tuvo mucha aceptación entre el público, y que fue muy comentada. En casa, ante la insistencia que mis hermanos y yo le hicimos a nuestros padres, nos dieron el “dinerito”, que supongo serían 10 o 15 céntimos de peseta, (hoy serían 0´08 cts. de Euro), cada uno, y el permiso preceptivo para ir a la primera función o sea a las 7 u 8 de la tarde. La película se titulaba “El Signo de la Cruz” y el tema de la película la Pasión de Jesucristo y la persecución de los cristianos por los romanos.


Comenzó la película, nosotros tres sentaditos en una de las gradas del “gallinero” del primer piso viendo la “peli”, que era de mucha, mucha pena y comenzamos a gimotear viendo las tremendas escenas de persecución contra los cristianos, y en la que en una de ellas...”tres hermanitos”, aproximadamente de nuestra edad, los mandaron sus padres a una panadería y los romanos los apresaron, al saber que eran hijos de cristianos; los iban a torturar y a matar, creo recordar "metiéndolos" en un horno o algo parecido... Y ¡no lo pudimos aguantar!, nos levantamos de las gradas y nos marchamos a la calle, corriendo por la calle Álamos hasta llegar a la calle Pepita Jiménez, a nuestra casa, llorando "a moco tendido”...


Nuestros padres alarmados, nos preguntaron ... -¿qué os pasa? ... A nosotros no nos salían las palabras, llorábamos más y más... Hasta que por fin pudimos explicarnos, de que nos daba mucha pena lo que le iban a hacer a aquellos pequeños. 

A partir de entonces, cuando queríamos ir al cine preguntábamos: -¿Qué película ponen? ...
Respuesta: -¡El Signo de la Cruz!
-¡Ah, entonces NO !

lunes, 2 de junio de 2014

GRAF ZEPPELÍN


De cuando en cuando me viene a la memoria una duda que tengo desde chico, y a renglón seguido, una serie de interrogantes, que desde entonces, rondan en mi cabeza.


Y es que recuerdo de mi niñez, con cuatro o cinco años, como si fuera en un sueño, haber visto, mirando al cielo un gran artefacto, muy grande...¡¡grandísimo!! sobrevolando sobre mi cabeza, como un enorme cigarro puro


Siempre lo había considerado un suceso imaginario, apenas lo recordaba y, prácticamente, ya lo tenía casi olvidado. Pero con esto "del internet", y a mis 84 años "navegando" por este increíble medio, se me ocurrió buscar información de lo que en tiempos se llamó el ZEPPELIN, aquel gran invento alemán de los años 20 que revolucionó el transporte aéreo. 

El GRAF ZEPPELÍN, fue un gran globo dirigible, una aeronave rígida de comienzos del siglo XX, que tomaba su nombre precisamente de Ferdinand von Zeppelín, el Conde Zeppelín (Graf Zeppelín), su inventor y creador, que alcanzó por ello este rango de nobleza germana.


El Zeppelín que volaba desde 1900, cruzó el Atlántico por vez primera en septiembre del año 1928, y se convirtió en la mayor aeronave del mundo. Tenía cerca de 250 metros de longitud, 100.000 m/3 de volumen y podía transportar hasta 60 toneladas entre carga y pasajeros. 


Dicen que sobrevoló el Atlántico unas 150 veces, estableciendo una línea regular en el año 1936 con Sudamérica. En agosto de 1929,  realizó su primer vuelo alrededor del mundo en 21 días, y llegó a cruzar el Pacífico rumbo a Estados Unidos en 79 horas, sin escalas. En julio de 1931, realizaría un viaje de investigación al Polo Sur que duró cuatro días, recorriendo unos 10.000 kilómetros a una velocidad media de 80 kilómetros a la hora.

El Zeppelín, solía contar con una tripulación compuesta por unos 40 hombres y podía llevar a unos 20 pasajeros, se desplazaba con la fuerza de 5 motores de 500 CV. 

Resumidamente estos son los datos que leí en "la red", aunque lo que llamó más mi atención es descubrir que Tánger fue una de las ciudades que se encontraba en las rutas transatlánticas del Zeppelín y por donde pasaba esta gran aeronave entre los años 1934 y 1935. 


Vista aérea de Tánger desde el Graf Zeppelín
ZEPPELIN SOUTH AMÉRICA TOUR TANGER MAROC AIRSHIP ALLEMAGNE GERMANY IMAGE


Y es que se daba la circunstancia de que yo, por esos años, iba con mi madre a visitar a su familia, que llevaban varios años viviendo en esta ciudad africana.

El motivo principal para esos viajes de Cabra a Tánger, fue la dolorosa muerte de un hermano mío llamado Antonio con tan solo 12 años de edad; un suceso que afectó enormemente a mi madre, que lo pasó muy mal. 

Ante esas circunstancias, mi padre vio conveniente aquellos desplazamientos, y con ellos procurar una mejoría de ánimo en Mama Rosa, por la pérdida del hijo. 


Por eso, recuerdo como en un sueño, que yo estaba en el balcón del piso de mi abuela Mamá Carmen en Tánger, situado en la calle Esperanza Orellana número 36, frente al Gran Teatro Cervantes, y como allí vi pasar un enorme artefacto volador sobre mi cabeza.

Han pasado 80 años de aquello, y ahora encuentro respuestas a todas esas ingenuas interrogantes que han sido tan recurrentes a lo largo de mi vida, y es que sin duda, lo que yo vi aquel día fue... el Graf Zeppelín.


En el balcón de Mamá Carmen, Tánger (1934)

Nota:

El último viaje del Zeppelín se realizó el 18 de julio de 1937. En el mes de marzo de 1940, sufriría su definitivo desguace, ya iniciada la 2ª Guerra Mundial, para aprovechar el aluminio de su estructura como material para la guerra.

domingo, 25 de mayo de 2014

Historia de la familia Arroyo (segunda parte)

Felipe y Pepe Arroyo Serrano
Foto J.R. Blanco (Tánger)

Pero muchos de ustedes se preguntarán qué ha sido del paradero de los demás descendientes de la familia ARROYO. Comencemos con ellos:

JOSÉ ARROYO SERRANO: Aguantó unos años más en Tánger y cada vez su situación familiar fue más difícil, a pesar de que sus hijas Rosario y Herminia trabajaban en sendos negocios de Peluquería y Óptica. Mi tío ya no tenía empleo debido a que la empresa francesa se trasladó o quebró. Por tanto José optó por marcharse a Madrid, y donde se colocó como funcionario de la Organización del Sindicato español, mientras que la pequeña de sus tres hijas, Mari Julia comenzó a trabajar en los Grandes Almacenes “Galerías Preciados”.

Sus hijas Rosario y Herminia se habían casado en Tánger; la primera se unió a un joven madrileño llamado Oscar Oliva Granados y se marcharon a las Islas Canarias, concretamente a Las Palmas de Gran Canaria, donde el joven Oliva era locutor en la Emisora de Radio local. Cuatro fueron sus hijos, la mayor Ana Paqui, le sigue Mª Isabel, Rosario y Marino.

Rosario se casó poco después que su hermana, con Manuel Gómez Estero. Y se marchó a Casablanca, posteriormente a Fez y finalmente regresó a la pensínsula y se asentó definitivamente en Cataluña, concretamente en un pueblo llamado Santa Perpetua de Moguda. Tuvieron tres hijos llamados Mari Carmen, Herminia y Juan Manuel.

FELIPE ARROYO SERRANO: Antes conté como su viuda mi tía Ángeles y su hija Angelita, así como mi tía Rosario y Sierra se volvieron a Cabra. En cuanto a su hija mayor llamada Carmen, se casó antes de la independencia de Marruecos, en Alcazarquivir, con un empleado de la banca llamado Enrique Seguí Rojas. Ya casados vivieron primero en Extremadura, luego en Cabra, después en Alicante y por último, se asentaron definitivamente en Córdoba. La menor de sus dos hijas llamada Angelita se casó con Francisco Laguardia Ramírez, natural de Larache y de profesión Maestro Nacional, fruto de su matrimonio fueron sus dos hijos, Ángeles y Francisco.

Y esta sería la historia la rama apellidada ARROYO que comenzó su andadura allá por el año 1914 y que llega hasta el día de hoy en las que nos ha tocado vivir una fuerte crisis que va a obligar a nuestras jóvenes y preparadas generaciones, como hizo nuestro PABLO ARROYO TOSCANO, “coger los bártulos” y marchar para Centroeuropa, Australia o hasta la “Conchinchina”…

jueves, 13 de febrero de 2014

La familia Arroyo o una historia de emigración de principios del siglo XX


En esta entrada, me gustaría contarles la historia de mi familia por la parte de mi madre, es decir por el apellido ARROYO, aunque bien podría titularse "una historia de emigración de principios del siglo XX".

Pablo Arroyo Toscano era mi abuelo, casado con Carmen Serrano Mora en el año 1890. De este matrimonio nacieron nueve hijos y que cronológicamente se llamaron: el mayor Salvador, le sigue Rosario, Rosa, Carmen, Sierra, Josefa, José, Felipe y Luis. Tanto Carmen como Josefa y Luis murieron siendo aún unos bebés.

Mi querido abuelo Pablo era “cosario”, un pequeño transportista de mercancías en general, de los que viajaban de un punto de España a otro. Concretamente, su zona de trabajo habitual era de Cabra a Málaga y viceversa, estos portes entonces se hacían con carretas tiradas por mulas y de estos animales mi abuelo alardeaba y decían que con ellos corría como una bala. Ello sería motivo para que el pueblo le bautizara con el mote de “Pablo, el de la balita” y su familia igualmente como “los de la balita”.

Por el año 1913, el negocio del transporte le iba bien, pero al poco tiempo comenzó una crisis en este sector y la familia empezó a pasar ciertos problemas en su economía doméstica. Ante esta circunstancia Pablo Arroyo se planteó la posibilidad de cambiar su anterior ocupación y la de emigrar a nuevas tierras que mejoraran dicha situación.

En esos años parecía que la cercana África ofrecía alguna que otra posibilidad para su familia. Y la ciudad de Tánger sería lo que a él le pareció mejor, de esta forma cogió como vulgarmente se dice “los bártulos” y marchó con su esposa Carmen, sus hijos Salvador, Rosario, Sierra, José y Felipe.

Sin embargo Rosa se quedaría en Cabra al cuidado de su tía, llamada Lorenza, que era la propietaria de la casa sita en la calle Pepita Jiménez núm. 5 de Cabra, que por esas fechas era un Lagar-Bodega que comercializaba muy buenos vinos, según opinión de su clientela. Y que algunos años después será la acreditada Fonda Guzmán (título de este blog). Yo recuerdo, siendo aún muy pequeño ver unas tinajas grandísimas en una de las naves, que posteriormente fueron los dormitorios de la familia y también recuerdo verlas sacar a la calle seguramente por haberlas vendido.

Mi madre, Rosa (luego sería más conocida por Mama Rosa) conoció a un joven llamado Antonio Guzmán Pérez, allá por el año 1916. Al tiempo mi tía Lorenza murió y el lagar, que pasó a propiedad de mi madre, se vendió y comenzó nueva andadura como Pensión o Casa de Huéspedes conocida, como antes comenté , como FONDA GUZMÁN.

Mientras que el abuelo Pablo Arroyo y el resto de su familia llegaron a Tánger con buen pie, sus hijos Salvador, José y Felipe comenzaron a trabajar en la acreditada Casa Orbea. En cuanto a la vivienda, encontraron un piso en la calle Esperanza Orellana núm.36, frente al muy conocido Gran Teatro Cervantes, muy céntrico y que estaba muy cerca del Boulevard Pasteur y también de la Cuesta de la Playa.

Poco tiempo después la familia sufrió una gran pérdida: Salvador, el hijo mayor, murió cuando tenía 33 años. Cuenta mi tía Rosario que se encontraba durmiendo y un traidor infarto se lo llevó. Mi abuelo Pablo (el conocido como “el de la Balita”) se marchó a Madrid para operarse de varices y murió en la mesa de operaciones. Fue enterrado en Madrid, en la Sacramental de la Almudena, al no ser posible trasladar sus restos a Tánger. En un espacio de 6 meses murieron padre e hijo.

Esta doble desgracia sumió a la familia en una fuerte crisis económica y mi tía Rosario que era una mujer con gran espíritu emprendedor, además de una magnífica costurera, montó un gran taller de alta costura en la citada vivienda de la calle Esperanza Orellana. Aunque también se ocupaba de dirigir una clase de costura en un Taller de Formación Profesional dependiente de la autoridad municipal de Tánger y para alumnas musulmanas.


En el Taller de Costura de mi tía Rosario, había un buen plantel de costureras, entre las que se encontraban: mi tía Ángeles, esposa de Felipe y mi hermana Rosa. Mi madre consintió que mi hermana Rosa debería quedarse en Tánger para así formarse en una profesión de cara al futuro. Allí creció, recibiendo una buena formación escolar, ya que estudió en el Liceo Francés y se educó en los dos idiomas.

No cabe duda que la tía Rosario llegó a ser una personalidad de alta consideración en la sociedad tangerina. Las mejores familias acudían al Taller de costura de Rosario, desde las señoras extranjeras, como las mejores familias de Tánger, así como las de la comunidad hebrea, muy influyente y considerada en la ciudad. Recuerdo oír hablar a mi tía de su amistad con don Carlos Sirvent, así como del Arzobispo de Tánger, también recuerdo haber oído hablar de la amistad con el Padre Buenaventura, que creo que era franciscano. Me suena oír hablar también de familia Adane, del doctor Beranjer y del Sr. Baglieto que trabajaba en la administración tangerina. Y yo, personalmente, tuve buena relación con sus hijos Carlos, Francisco y Laurita, y recuerdo a su esposa doña Laura Reyes, que solían venir por Cabra y se hospedaban en la Fonda Guzmán.

De la importancia de mi tía Rosario, hay un detalle muy significativo sobre su profesionalidad, en novela titulada La vida perra de Juanita Narboni”, de Ángel Vázquez, se la cita en varios pasajes, un libro que bien retrata a la sociedad tangerina de la época. Rosario Arroyo era una mujer de una gran belleza y elegancia, moriría en Cabra con más de 80 años y usando zapatos de tacón de 8 ó 9 centímetros de altura.

Tánger en esa época estaba considerada como “Ciudad Internacional” y por tanto regida por cuatro representantes, que ejercían como gobernantes de varias nacionalidades. Su importancia como población era extraordinaria, moderna y con un ambiente muy cosmopolita. Los mejores establecimientos comerciales se encontraban allí, sus avenidas o bulevares…entre los que destacaban el boulevard Pasteur, su Estadio Deportivo, Plaza de Toros y sus grandes y famosos hoteles entre ellos el Minzah, el Continental o el Rif; por cierto que en este último, allá por los años 50, en más de una ocasión con mis primas Charo y Herminia, hijas de mi tío José, asistíamos a bailes que se solían dar por las tardes, la entrada era con derecho a una consumición. Otros lugares famosos eran: el Zoco Chico, lugar encantador por su ambiente, el Teatro Cervantes, que en su tiempo era el teatro más grande de África, y curiosamente, la casa de mi familia estaba frente a este teatro.

También debo referir que existía una red ferroviaria importante, que dependía de una empresa francesa y llamada “Tánger-Fez”, que como es de suponer tomaba su nombre del recorrido. En una ocasión, por el año 1954, me examiné para ingresar en dicha empresa con otros jóvenes de mi edad, me quedé en puertas, aprobó en primer lugar un chaval, que creo era el hijo del Jefe de Correos de Larache.
Este tren salía de Tánger y pasaba por algunas ciudades del protectorado español, como Arcila (hoy se conoce como Ashilaj) T,zenín de Sidy Yamani, T,lata de Raisna, Alcazalquivir, y a unos cuatro kilómetros aproximadamente se adentraba en el Protectorado Francés por Arbaua, y Zoco el Arbaa. Su frontera, recorriendo las diferentes ciudades de dicha zona francesa.

En estos años, mis tíos José y Felipe se casaron. El primero se casó con Francisca Tudela Bofante y fruto de ese matrimonio tuvieron tres hijas, Rosario, Herminia y Mari Julia. En cuanto a Felipe se casó con Ángeles Castilla García y también tuvieron su prole, dos hijas: Carmen y Ángeles.
Por esa época mi hermana Rosa conoció a su pareja, un joven funcionario de la Empresa de Teléfonos y Correos, conocida por la “Torres-Quevedo”, se llamaba Luis Vidal Mingorance, nacido en la provincia de Granada, en el pueblo de Atarfe y en su descendencia tuvieron dos hijos: Rosario y Luis. Como se puede comprobar la rama ARROYO fue creciendo bastante por esas tierras norte-africanas.

A finales de los años 40 se produjo en Tánger una nueva crisis económica. Algo tuvo que ver las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, y buena prueba de ello fue que el tío Felipe se quedó sin su trabajo de la Casa Orbea y por consiguiente tenía que encontrar un nuevo empleo. Su esposa Ángeles tenía en Larache un hermano, que era propietario de la Línea de Autobuses denominada “Escañuelas” y, al tiempo, también poseía un Hotel en la ciudad de Alcazarquivir que dista de Tánger unos 80 km. Felipe no lo pensó dos veces e hizo lo mismo que su padre Pablo Arroyo, cogió “los bártulos” y a toda su familia y marchó a la Zona del Protectorado Español de Marruecos.

Felipe que era un hombre emprendedor y muy animoso, se hizo cargo del hotel en arrendamiento. Dicho hotel se conocía con el bonito nombre de Hotel España y estaba situado en una hermosa avenida conocida como Avenida Sidy Alí Bugaleb en la citada Alcazarquivir. El Hotel era un edificio de una sola planta de estilo marroquí-andaluz con un magnífico comedor que parecía trasladado de la Alhambra de Granada. Tenía unas 30 habitaciones amplias y confortables, un pequeño pero agradable Bar donde Felipe atendía a sus numerosos clientes con su natural simpatía y se completaba con un hermoso y amplio jardín con pista de baile. Pero lo mejor de esto era que en su cocina contaba con una fantástica cocinera, nada más y nada menos, que mi tía Sierra; ¡nada más y nada menos que la mejor cocinera del mundo! Sus guisos eran celebrados por su clientela, especialmente por las esposas de los numerosos militares que vivían en aquella la ciudad.

Yo tuve la suerte de que hice el servicio militar en Marruecos y precisamente en la ciudad de Alcazarquivir. Fui soldado en las llamadas Intervenciones Militares o Mejaznía y al no tener allí un acuartelamiento propio, lo resolví viviendo con mi familia en el citado hotel. Una vez licenciado me quedé en el hotel como administrativo pero con contrato de trabajo, ya que mi tío tenía en mente ampliar su actividad hotelera y contaba con mi ayuda para llevar a cabo su idea de alquilar un local en la vecina ciudad de Larache, un restaurante situado en el cruce de carretera de ambas ciudades, donde yo me encargaría del nuevo negocio mientras mi tío se ocupaba del Hotel España. Sin embargo, todo se vino al traste debido a la dichosa independencia que trastocó el sueño que teníamos. En el año 1955, yo me vendría a Cabra definitivamente, para trabajar en mi antigua ocupación en la empresa de Conservas Este, de la que ya le hablaré en otra ocasión.

Poco tiempo después de aquellos años, mi tío Felipe sufrió un grave infarto coronario y a los pocos días falleció. Su viuda, mi tía Ángeles, se quedó al frente del Hotel unos años más y en vista de las dificultades que en el nuevo país se le presentaba optó por traspasarlo y venirse a Cabra para hacerse cargo del nuevo negocio que concertó con mi madre Rosa y que le cedió la Fonda Guzmán que para ello fue reformada y mejor acondicionada. Por tanto, parte de la familia Arroyo que en su día emigró para Marruecos retornó a su patria chica y mi tía Ángeles con su hija Angelita y mis tías Rosario y Sierra comenzaron una nueva etapa de su vida en Cabra. Esto ocurriría por el año 1960, si mal no recuerdo.


Así pues, aquella aventura que un día emprendió mi abuelo Pablo Arroyo Toscano en la segunda década del siglo XX, comenzó a evaporarse y es que la hermosa ciudad de Tánger se había transformado en otra cosa. Dejó de ser la ciudad internacional de maravillosa convivencia de culturas y religiones, cristiana, musulmana, hebrea...

Sí, seguiría y sigue siendo, una bonita ciudad, pero no la que en su día fue... aquella ciudad cosmopolita y visitada por toda clase de personalidades y artistas, cineastas… que durante la década de los 40 llegó a ser célebre por las actividades de espías internacionales y su ambiente glamouroso y exótico.

(Continuará...)