Siempre existió una gran vinculación entre la Fonda Guzmán, también llamada Pensión o Casa de Huéspedes, con el entrañable Instituto “Aguilar y Eslava” de Cabra desde los
primeros años del pasado siglo XX. Una relación que le vendría, no solamente
por su proximidad, ya que la Fonda estaba frente por frente al centro educativo
en la calle Pepita Jiménez, sino también por otras circunstancias que a
continuación explicaré.
Como quiera que nuestro Instituto, por esos años,
era el único centro de bachillerato de la zona sur de la provincia de Córdoba,
a él acudían muchísimos estudiantes de la comarca para examinarse. Esto
significaba que en el mes de junio y septiembre, cientos de chavales pasaban
por nuestra ciudad y algo muy importante que aquello comportaba, que tenían que
comer aquí. Por consiguiente, la situación del Instituto tan próxima a
la Fonda Guzmán, era motivo más que suficiente para que las ollas y
cacerolas de Mama Rosa, dueña y alma del establecimiento, echaran humo, y
los cocidos y potajes fueran a parar a los estómagos agradecidos de la mayoría
de aquellos jóvenes examinandos.
Creo recordar que de una academia de la vecina
ciudad de Lucena, regentada por un magnífico y simpático maestro llamado don
Pedro Álvarez, todos sus alumnos comían en la Fonda, y para ello previamente D.
Pedro llamaba a Mama Rosa para indicarle número de plazas a reservar.
Además de este vínculo de la Fonda con el Instituto
existiría otro, que era que llegado el mes de mayo o junio coincidiendo con el
final de curso, y cuando quedaban pocos alumnos en el Internado
del Real Colegio y sus comedores cerraban, entonces los pocos que
quedaban pasaban a ser atendidos también por la Fonda.
Igualmente el Capellán del Real Colegio y Profesor de Religión, don Diego Villarejo Pérez, que pasaba todo el verano viviendo en el Internado del Instituto, hacía todas las comidas en la Fonda, al cuidado de Mama Rosa, que por añadidura le preparaba exquisitos platos que el benemérito sacerdote saboreaba y agradecía. Y más de una vez me tocó a mí ser el proveedor de aquellas comidas, que llevaba en las tradicionales “fiambreras” con sus humeantes ascuas en el seno de abajo para que no se enfriaran. Y también, más de una vez, recibiría alguna que otra “propinilla” por aquel delicado trabajo...
Igualmente el Capellán del Real Colegio y Profesor de Religión, don Diego Villarejo Pérez, que pasaba todo el verano viviendo en el Internado del Instituto, hacía todas las comidas en la Fonda, al cuidado de Mama Rosa, que por añadidura le preparaba exquisitos platos que el benemérito sacerdote saboreaba y agradecía. Y más de una vez me tocó a mí ser el proveedor de aquellas comidas, que llevaba en las tradicionales “fiambreras” con sus humeantes ascuas en el seno de abajo para que no se enfriaran. Y también, más de una vez, recibiría alguna que otra “propinilla” por aquel delicado trabajo...
También recuerdo de este vínculo Instituto-Colegio y
la Fonda Guzmán, que en los años de la Guerra Civil fueron alojados en el
Internado del Colegio una importante cantidad de soldados italianos que
también comerían en el almuerzo en la Fonda, en un número cercano a las 300
plazas, en un horario que iba de 11 de la mañana hasta las 4 o 5 de la tarde.
Entonces, mi hermana Carmen Guzmán, que era la mayor de la familia, se ocupaba
de la coordinación de esta operación, de lo que había que preparar, la forma de
suministrar tantos servicios para los dos comedores de la Pensión, además del
patio e incluso la puerta de entrada, así como lo más importante del aquel
operativo: el cobro de las comidas...
"Pasta chuta” (fideos), "uova con patate" (huevos fritos con patatas), eran las comidas más
celebradas por aquella tropa extranjera.
Y mi hermana Carmela era un lince, cuidando que no se fuera nadie sin pagar,
manejándose en su propio idioma, el
italiano, que lo hablaba perfectamente; tanto, que pareciera que hubiera nacido
en las mismísima Roma, Florencia o Nápoles.
Por último, en estos días que se conmemora el 80 aniversario de la inauguración de la fuente y del monumento de Aguilar y Eslava (1933-2013) y con este motivo quisiera contarles una simpática anécdota que yo oí en mi casa por primera vez cuando tenía seis o siete años.
Ocurriría por el año de 1932, en octubre, cuando
vino al Instituto el entonces presidente de la República, don Niceto
Alcalá-Zamora y Torres en visita oficial, y cuando para
exornar los arriates de la plaza del Instituto, los jardineros del
Ayuntamiento plantaron muchas macetas donde solo había tierra y mala
hierba.
La anécdota la protagonizó un conocido y peculiar
hortelano, llamado Antonio Luna, que tenía su huerta más abajo del llamado
Fútbol chico, y que además de hombre de campo era un popular poeta…
Sucedió que aquel hortelano poeta, conocido
por su excentricidades y ocurrencias, al pasar por calle Pepita Jiménez y ver
los jardines “puestos de largo” con sus preciosas y aromáticas flores, se le
ocurrió que aquello no estaba bien del todo, y sin dilación se dirigió a su huerta
cercana y en su pequeña borriquilla, ya de madrugada, volvería al instituto
para desenterrar aquellas flores y macetas, y sustituirlas por productos de su
huerta, llenando los jardines de la plaza de coles, escarolas, zanahorias ... y que de esa manera el señor Presidente
pudiera ver dignos vegetales representantes de nuestra tierra y no unas cursis flores de maceta, que nada gustaban a aquel simpático y ocurrente
hortelano al que todos conocían como “el Loco Luna”.
El final de esta historia, tal como se contaba en mi
casa es, que amaneciendo el día de tan importante visita, las autoridades ante aquel
desastre de jardín convertido en huerta, mandaron rápidamente desenterrar las
hortalizas y reponer las plantas florales de nuevo. Por cierto, el forraje
de aquellas hortalizas lo meterían a toda prisa en el portal de la Fonda y el
causante de aquel desaguisado, el citado Antonio Luna, fue puesto a buen
recaudo en la cárcel del pueblo.
Y colorín colorado, esta anécdota sea cierta o no, a mí así me la contaron...
Me encanta la historia de mi querido pueblo gracias por compartir tantas cosas
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