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lunes, 14 de noviembre de 2016

EL MOLINO DE ACEITE DE LA CALLE SANTA ANA

  


Un molino de aceite que recuerdo con mucha nostalgia y por unos recuerdos imborrables en mi mente infantil…¡años 1930 a 1940!. Era propiedad de don Manuel Piedra del Real, sito en la más antigua calle asfaltada de Cabra...la llamada Santa Ana de mi querido barrio del Instituto “Aguilar y Eslava” y la Iglesia de la Soledad.

Cuando llegaban los meses de octubre y noviembre, nuestro barrio tenía una actividad increíble, al atardecer infinidad de pequeños borriquillos o de esbeltas mulas y algún que otro destartalado camión de la época (los había con neumáticos macizos, sin cámara), descargaban nuestro ansiado y más apreciado fruto...las aceitunas. Esta labor se hacía por la “puerta falsa” de este molino, en los alrededores del nuestro bonito Parque “Alcántara Romero”, que hoy es un gran edificio de pisos.

Los chavales, después de salir de la escuela por la tarde, teníamos como una de nuestras diversiones  irnos al Molino por la calle Santa Ana y. aprovechando uno de los descuidos de los trabajadores, coger  un “trozo de pasta” de orujo, aún calentito, después de haberle extraído hasta la última gota del rico aceite.

Una vez conseguíamos varios trozos de este orujo… ya teníamos la “munición” ideal para luchar entre partidas de amigos o contra chavales de otro barrio cercano, en un “apedreo” pero, sin piedras, que era más peligroso, si no ¡que me lo digan a mí!...que sufrí dos heridas de "aquellas guerras”, con la consiguiente cura en la Casa de Socorro.

También me viene a la memoria, la curiosidad que teníamos para ver y de poderle verlo correr, un magnífico automóvil que tenía don Manuel Piedra en su cochera, de aquel mismo edificio, que hacía esquina por la parte del Paseo, concretamente donde hoy se encuentra una Pizzería. Aquel coche era, ni más ni menos que un Bugatti, uno de los modelos en coches de carrera famosos en la época, años 1920 y 1930. Según creo este bonito coche se lo regaló su padre a don Manuel, pero no recuerdo de haberlo visto por la calle, y eso que teníamos ganas de verlo. Algunas veces lo vimos arrancarlo pero dentro de la cochera...

Recuerdo también que una vez, en un entierro de la calle Santa Ana, por la puerta del Molino...había muchísima gente,me parece que era de un hermano de don Manuel llamado Pepe, que era militar y murió por aquellas fechas, a pesar de mi corta edad, lo recuerdo perfectamente.

Volviendo al modelo de este auto de carreras, sin duda era de los más famosos en las competiciones de élite, sobre todo los modelos Type 32 y 35.

Y por último, otros de mis recuerdos de la calle Santa Ana: los partidos de fútbol. Encuentros que a diario jugábamos con una pelota de trapo o de papeles…toda una obra de arte que hacíamos con cuerdas formando una red. Y al terminar la competición, en las tardes durante el curso escolar del Instituto, cuando los colegiales del internado que daban a esta calle, a la hora de la merienda…los chicos  pedíamos a voces: - ¡colegial echa!…- y estos nos tiraban trozos de chocolate y pan blanco.

¡Había hambre entonces!, también me viene a la memoria unos preciosos panecitos, de cuadros, que vendían, en la verbena de San Antonio por la ventana de la sacristía de la Iglesia de la Soledad, el titular sacristán se llamaba Agustín, y estaba un poco sordo…

Termino estos recuerdos del Molino de aceite de la calle Santa Ana con añoranza de tiempos pasados, tiempos de alegrías y desesperanza, pero, sin duda, recuerdos que no se nos borran de muestra imaginación, ya un poco cansada por los años.

domingo, 9 de octubre de 2016

LA GUERRA DE ABISINIA EN ESTAMPAS


Tendría yo unos 8 ó 9 años cuando los chavales de entonces, vivíamos las consecuencias de la Guerra Civil española, aunque la verdad, para nosotros más que una terrible realidad, en muchos aspectos era una “gozada”, ya que no teníamos escuela los primeros tiempos y andábamos jugando por las calles, especialmente por donde había soldados...  en torno a los Grupos Escolares (hoy Colegio de Ntra. Sra. de la Sierra); en la falda de la Atalaya, donde hacían las maniobras los soldados italianos, o en la Estación de ferrocarril, siempre concurrida por el ir y venir de tropas y de gentes.


Uno de nuestros juegos preferidos era coleccionar las estampas de la Guerra de Abisinia. Los chavales cambiamos las repetidas por otras, y también las jugábamos con los juegos de bolas o con las mismas estampas, y para estos juegos teníamos una imaginación enorme. 

Esta segunda guerra se produciría porque la Italia “del Benito Mussolini”, a igual que la de Hitler en Alemania, querían aún mayor expansión de sus colonias africanas, movida por los beneficios que extraían y aprovechando que Europa estaba cansada de complicaciones bélicas. Tanto Hitler como el Duce Mussolini se rearmaban con toda prisa, disputando estos territorios incluso al Imperio Británico, que era el más importante estado colonial de toda África. 



Como Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, ya venía realizando dicho rearme. También lo hacía Italia, que tenía el sueño de la A.O.I (África Occidental Italiana). Para ello, buscó los motivos y, aprovechando circunstancias fronterizas con Somalia y otros países cercanos, invadió Etiopía en una guerra que sucedió por los años 1937 y 1938. 

Esta guerra desproporcionada enfrentaba la gran potencia italiana, frente a una débil Etiopía. La proporción era de unos 500.000 soldados africanos mal armados, contra los italianos que contaban con unos 250.000/300.000 hombres, cerca de 600 aviones, 700 tanques y bastantes barcos de guerra para su apoyo. 

Esta guerra duró relativamente poco, aunque le costó a Italia unas 10.000 bajas, contra más de 200.000, por la parte etíope. En esa época al rey de Abisinia se le conocía como el Negus, aunque su nombre era Haile Selassie, que reinaría hasta 1974, cuando fue derrocado por el comunismo. Hoy Abisinia forma una república, con la actual Etiopía, que se encuentra en el llamado “Cuerno de África”, uno de los territorios más pobres y desolados del mundo.   



Recuerdo que durante nuestra Guerra Civil, parte de estos soldados italianos,formaron parte del llamado Batallón Liborio, que fue el que estuvo en Cabra para “tomar” Málaga. Estas tropas italianas, se alojarían frente a mi casa la Fonda Guzmán, en el Instituto Aguilar y Eslava, circunstancia que motivó que la mayoría de ellos comieran en mi casa, en la citada Fonda, y fueran mi madre Mamá Rosa y mi hermana Carmen, las responsables de dar de comer a estos hambrientos soldados, procedentes como digo, de las tropas que invadieron Etiopía. 


Uno de estos veteranos soldados, llamado Salvatore se hizo muy amigo de mi familia y a mí casi siempre, me daba alguna chuchería y repasaba conmigo las estampas de su Guerra de Abisinia, origen de este relato. 

La expansión de Italia en el norte de África, en Libia, Abisinia o Etiopía fue muy importante y ocurrió en esa época fascista de Benito Mussolini. La llamada Guerra de Abisinia concluyó con la victoria italiana, bajo el mando del General Pietro Badoglio, que fue recompensado con el nombramiento de “Duque Badoglio”.

Aquella guerra se reflejó también en nuestra infantil "guerra de estampas”, pues intercambiábamos cromos para llenar el álbum, en una auténtica “guerra” por poseer la estampa más difícil, que era la manera que tenían las firmas de “chocolate”, para vender más sus populares chocolatinas...

En aquellas estampas de la Guerra de Abisnia, en sus imágenes, podíamos observar además la gran diferencia de armamentos: tanques, ametralladoras, aviones, barcos y minas submarinas italianas… contra las lanzas y fusiles y poco más, por parte etíope. 

Una guerra desproporcionada y cruenta, que tuvo su reflejo ingenuo y lúdico, en unos cromos pegados con engrudo de harina en los álbumes de muchos niños... como yo.



martes, 4 de octubre de 2016

ACEQUIAS Y FUENTES DE CABRA



Hace unos días “charlando” por el Facebook, leía bastante interesado unos artículos sobre las acequias de Cabra, que me resultaron muy interesantes. En ellos se describía que las acequias servían para regular el riego de sus muchas huertas, siendo éste un tema que siempre me ha interesado.

Gracias a los comentarios de un amigo, que además fue compañero de trabajo muchos años, Francisco Güeto Bonilla, supe con detalle del riego de las huertas regulado a través de las acequias, ya que sus orígenes familiares estaba vinculados con la huerta egabrense de toda la vida.

En los artículos que leí en internet, que están escritos por unos jóvenes, muy preparados y que abordan el tema con mucha rigurosidad. Aunque no tengo el gusto de conocerlos, creo que esta labor es de agradecer, pues tienen suficiente rigor y conocimientos.

Pero vayamos a la aportación de mi memoria... y que yo recuerde de los años 1930, hasta finales de los 40 aproximadamente:



Frente a una de las dos puertas principales del Parque “Alcántara Romero”, esta que digo es la que, actualmente se encuentra frente al Colegio de Ntra. Sra. de la Sierra. En este lugar, en la parte de su acera actual, había una pequeña acequia, en la que que no paraba de correr el agua en gran cantidad, muy transparente y fresca, que se podía beber con tranquilidad. En ella también cogíamos con la mano unos pececillos negros, que llamabamos “peces cabezones”, que luego serían renacuajos y por último terminaban siendo cantarinas ranas.



Recuerdo que en la misma puerta de la entrada al patio del Colegio, allí mismo, se perdía la acequia, seguramente porque iría ya canalizada y cubierta, para otra acequia mayor.



Sobre esto me informa un buen amigo, Rafael Luna Canela, que se crió en aquellas huertas y que me cuenta, que esta acequia canalizada y cubierta bajaba por la calle Pepita Jiménez, calle Álamos y se conducía hacia el antiguo Sindicato, para unirse de nuevo a otra acequia mayor, llamada del Caz.


El origen de esta acequia no lo sé exactamente, podía venir de las huertas que había por lo que hoy es en el Instituto Felipe Solís, o bien de otra acequia mayor, de la Senda de Enmedio, la llamada del Caz, a la altura de la huerta de los hermanos Güeto Bonilla. 

Lo que si puedo afirmar es que los chavales de esa zona jugábamos en aquel bonito riachuelo, que partiendo del inicio de dicha senda de Enmedio, pasaba frente a la Huerta del Colegio y Campo de Fútbol-Chico, hasta la puerta del Colegio antes llamado los Grupos Escolares.

En su trayecto se regaban las huertas de la izquierda de este camino. Mientras las huertas de la derecha, se regaban por la acequia mayor del Caz, puesto que estaban más elevadas.


Recuerdo que todos los años iba con mi padre a un determinado lugar de la acequia, frente al Parque, para coger varias hermosas y ricas setas blancas, que se criaban todos los años debajo de unos troncos de árbol que servían de margen de a la acequia. Estas setas arregladitas por mi madre, Mama Rosa, estaban para chuparse los dedos.



También debo de añadir a este breve relato, que en la puerta de entrada al patio del Colegio Virgen de la Sierra, había una fuente de pila grande (en el mismo lugar donde hoy hay un puesto de “chuches", metro arriba o abajo). Curiosamente, de esta fuente no creo haber visto ninguna  foto en ese espacio compartido de “Cabra en el Recuerdo”, que nuestro amigo Rafa Luna Leiva nos viene regalando a diario; y creo que sería muy interesante volver a recuperar, como se está, acertadamente, haciendo con otras fuentes por parte del actual Ayuntamiento.





En la zona de la parte que pegaba al “Paseo”, que es como llamamos los “cabreños” a nuestro centenario parque, había una acera a todo lo largo, que medía casi tres metros de anchura, toda ella hecha de cemento, y que era conocido popularmente como...“EL PORLA DEL PASEO”. El origen de esta palabra se encuentra en que estaba construida con el entonces moderno cemento del tipo PORTLAND. 


Aquel lugar, para los chavales era nuestro propio Estadio Bernabéu. Allí, jugábamos partidos de fútbol con la reglamentaria pelota de trapos o de viejos papeles de periódicos, y con las porterías delimitadas con parte de nuestra ropas, dividida en dos bultos que poníamos en el suelo y que marcaban la distancia entre “poste” y “poste”. 

Para ilustrar algo más, a mis queridos lectores, de lo mucho que ha variado el paisaje de Cabra, contaré que en el patio que da entrada al Colegio de Ntra. Sra. de la Sierra se ponían parte de los “cachivaches” importantes de la Feria de San Juan, especialmente los circos, (casi todos los años el conocido Circo “Ferroni”), los Coches Locos, el Pabellón de figuras en movimiento y la Noria del Tío Pepe, al grito de: ¡QUERÉIS MÁS! y que los chavales respondíamos al unísono: ¡MAAAS!...


También eran muy populares las Barquillas de empuje manual que siempre se instalaban en el “PORLA”, junto a muchas casetas de turrón y los recordados juegos de la ruleta de: ¡“A JEREZ POR UNA PERRA GORDA...!

Recuerdos de acequias y juegos infantiles, que espero les haya gustado, y que nos transportan a otro tiempo...







miércoles, 14 de septiembre de 2016

LOS REFUGIOS ANTIAÉREOS EN CABRA.



Cada vez que mis pasos me llevan por la calle Pepita Jiménez, al llegar al cruce con la calle Almaraz a la derecha... vienen a mi memoria rancios recuerdos de años pasados, sus casas y sus cosas, las personas a las que conocía, pero sobre todo... recuerdo el refugio antiaéreo que se encontraba en la casa de la familia de don Cristóbal Ortega. 


La casa de Ortega era un edificio espléndido, una casa típicamente andaluza, que daba a dos calles. La entrada principal, por la calle Almaraz, con un amplio zaguán y un hermosísimo patio central y creo recordar una bella fuente de azulejos en el centro; y por la calle Pepita Jiménez un gran portalón que era, sin duda, la entrada o puerta falsa, para las caballerías. 

Pues bien, algo más abajo de esta entrada principal, había una pequeña entrada protegida por una reja pintada de negro y bajando una pequeña rampa o unos escalones, un magnífico salón de sótano, que en el año 1938, después del bombardeo lo dedicaron para un refugio antiaéreo público. (Hoy en día esta reconvertido en amplia cochera para los vecinos del inmueble que se levanto en aquella finca)

En estos refugios, a la entrada de los mismos tenían un pequeño letrero, que decía: REFUGIO PARA X PERSONAS. Y recuerdo igualmente que dentro del sótano había como un parapeto, con algunos sacos terreros.

Otro de estos refugios se encontraba frente por frente a mi casa, la conocida fonda o Pensión Guzmán, concretamente en el Instituto Aguilar y Eslava, al que se accedía por la entrada principal y pasado el primer vestíbulo, a la izquierda, (hoy es la entrada a la Secretaría), dónde había una pequeña antesala con el suelo de tarima de madera y allí colocado un teléfono público. 


En el suelo de aquella antesala, había una puerta que abría con dos hojas hacia arriba y una escalera de madera que bajaba hasta el sótano del edificio, en la parte noble y daba a la calle Santa Ana, este lugar servía para varios usos, entre ellos para calderas de calefacción y almacén. 

Pues bien , cada día que las campanas y la sirena de la Fábrica Pallarés, tocaban como a “arrebato”... eseo era el aviso de que se acercaban uno o varios aviones sospechosos de bombardear. 

Los chavales del barrio teníamos nuestro lugar en aquel refugio del Instituto en la espera de un posible bombardeo, y cada uno de nosotros disponíamos de un pequeño palo que lo mordíamos  como precaución frente a una posible explosión, pues se decía por entonces que de no hacerlo nos podía reventar los oídos… y dejarnos sordos.

Aquel sótano acomodado como refugio se componía de varios pasillos muy amplios y los cuales se comunicaban entre sí, esas fueron algunas de las razones por las que fue destinado como refugio antiaéreo público. 

No recuerdo bien el detalle del rótulo sobre su capacidad. Lo que si recuerdo es que mi familia, al completo y mis amigos de mi entorno lo usábamos cada vez que sentíamos las campanas y la “cuerna” de la Fábrica de Pallarés. Pues con este nombre de “cuerna” se conocía aquella sirena que avisaba la entrada y salida de los obreros, aunque en este caso era del aviso de peligro de bombardeo. 

Con el paso del tiempo este refugio antiaéreo es un histórico lugar que forma parte del actual Museo de la Fundación “Aguilar y Eslava”, hoy para suerte nuestra, un extraordinario lugar cultural, histórico y didáctico.


Estrujando mi cerebro, también me viene a la memoria, que existía otro refugio antiaéreo en la Torre del Campanario de la Parroquia de Asunción y Ángeles, es decir, en el espacio que había entre los peldaños de subida de la torre. 

En opinión de las autoridades militares del pueblo de aquellos tiempo, era un lugar muy protegido de las bombas, y sí recuerdo que hasta hace pocos años se podía leer en el rótulo de para…”tantas personas”.


Otro de estos refugios antiaéreos se encontraba cerca de allí, bajando la carretera hacia el Junquillo, a mano izquierda, en la muralla del Castillo de los Condes de Cabra y al jardín que hoy es la bonita Oficina de Turismo Local. Bajando la cuesta hacia el puente del Junquillo, como a unos 20 o 30 metros había otro de estos refugios antiaéreos, el cual, pasados los años, fue transformado en un Servicio Público de Caballeros, y hoy se encuentra tapiado.


Terminando este relato, tengo que decir que existío otro de estos refugios públicos, del cual me enteré hace pocos días, gracias a la veraz información que me ha facilitado un viejo amigo, que reside en Asturias, en el bello pueblo de Luarca. Este refugio antiaéreo estaba vinculado al lugar de trabajo de su padre, que era la conocida como LA ELECTRA, muy cerca de la Parroquia de Santo Domingo y al Colegio de la Fundación Termens. 


Al parecer, las autoridades militares le pidieron a aquella empresa eléctrica un lugar para poder proteger a sus trabajadores ante un posible ataque aéreo, puesto que podía ser un establecimiento vulnerable. Allí se podían refugiar, el personal de la industria, familiares y vecinos cercanos.

Lo curioso del caso, es que junto al del Instituto, sería de los pocos que quedaría en nuestros días. Pues aún se puede ver en el patio de la Central las dos entradas rectangulares de acceso a aquel lugar.


Esta Industria eléctrica desapareció y su edificio se encuentra actualmente en un estado lamentable.

LA ELECTRA fue de mucha importancia para nuestra ciudad durante muchos años y fue conocida con varios nombres: en sus inicios que datan de 1926, se llamó “ELECTRA INDUSTRIAL ESPAÑOLA S.A."; a los 10 años fue vendida a la Empresa “COMPAÑÍA MENGEMOR”; y posteriormente a “LA HIDROELÉCTRICA DEL CHORRO”... por último, quedó absorbida por otra de la competencia, LA COMPAÑÍA SEVILLANA DE ELECTRICIDAD.

Me gustaría saber de otros refugios antiaéreos, que, sin duda, debíeron haber en Cabra, pero por mucho que activo mi memoria, no me da para más; por lo que finalizo este modesto trabajo sobre mi propia “memoria histórica”, ya que en verdad son temas, que me apasionan... 



miércoles, 3 de agosto de 2016

EL PICACHO Y…LA CHAMPIONS


¿Seguro que se preguntarán?

Qué tendrá que ver el Santuario de la Virgen de la Sierra con la famosa copa europea de fútbol conocida con esta “palabreja” inglesa de “La Champions”… Pues sí, tiene algo que ver y lo sabrán los antiguos aficionados al deporte del balompié y me refiero en concreto a los que hoy peinan canas o brillantes calvas.

Todos los aficionados a la tele saben que en los inicios solo había una cadena:”la Primera” de TVE; aunque por los años 60 se puso en el aire otra, denominada UHF y más conocida como la “Segunda". Pero, que sólo era visible en parte de España y en concreto, en nuestra comarca de la Subbética, solamente había un punto donde se veía y ¡miren por donde! este punto era, precisamente, los “miradores“ de nuestra Ermita.

Pues bien, allí subíamos unos pocos de “chiflados”, que para ver al Real Madrid ganar sus Copas de Europa, acudíamos a la Sierra de noche, algunas veces nevando, cuando entonces no había luz eléctrica, ni antenas de TV, ni nada de nada para conectar el televisor. 

En mi caso concreto, yo disponía de un pequeño receptor de unos 10 cms. de pantalla, que funcionaba con pilas y colocaba en la “guantera” de mi coche, un Seat 850, que colocábamos en los “miradores”, lugar desde el que se recibía mejor la señal de la “2” de TVE. 


Sólo podíamos ver la tele los cinco ocupantes del automóvil. Y Cuando eran más los espectadores, entonces colocábamos el televisor en el banco corrido de este lugar, preferentemente muy cerca de la Cueva de la Virgen y nos echábamos, por encima, una manta para combatir el habitual frío de esas alturas, y cuando estaba lloviendo… ya era peor, entonces recurríamos a plásticos, además de la referida manta.

Con el paso del tiempo se fue incrementando más y más los aficionados de Cabra y de varios puntos de la comarca que subían a la Sierra a ver el fútbol…¡hasta de la provincia de Sevilla, llegaban algunos!. 

Fue tal el incremento de televidentes, que algunos aficionados se traían televisores de 21 pulgadas, adaptados a baterías de auto. Entonces pasamos a pagar "a escote" una antena común y podíamos ver el partido dentro de una habitación de la Ermita, algunas veces hasta se contaban más de 40 espectadores por sala. 

Recordamos un bonito partido: la final de la Copa de Europa, en el Estadio del Bruselas, del Real Madrid contra el Partizán de Belgrado. Una buena remontada de 1-2, le dio la sexta Copa de Europa al Madrid y que pudimos aplaudir en lo alto del Picacho, menos mal que aquel día era mayo de 1966 y fue una noche espléndida.


Otro día de tantos, normalmente era en sábado por la noche, decidimos por unanimidad la compra definitiva de un aparato de TV, el de mayor tamaño del mercado y pagarlo entre todos los asistentes. 

Sería un regalo para los “santeros”, nuestros buenos amigos Domingo Sabariego y su señora, y que haría, que de esta forma que los días de Champions, pudiéramos ver, de forma más idónea, ganar al Real Madrid, más de  copas de Europa. La compra del gran televisor se la hicimos al popular comerciante Manolo “Fanegas”, que se encargó personalmente de toda la complicada instalación y para lo que contó con numerosas baterías, que le proporcionaron buena parte de aficionados, para no quedarnos en mitad del partido sin energía eléctrica “en conserva”.

Ahora comprenderá, amable lector, el porqué de la relación entre el Picacho del Santuario de la Virgen de la Sierra y la Champions, la Copa de Europa de fútbol.

viernes, 8 de julio de 2016

Cómo recuerdo el bombardeo de Cabra





El 7 de noviembre de 1938, era lunes y yo tenía ocho añitos  cumplidos. Vivía en casa de mis padres en la conocida FONDA GUZMÁN, en la calle Pepita Jiménez núm. 5 de CABRA (Córdoba). Estaba finalizando la Guerra Civil Española y se veía venir el triunfo  del Ejército del General Franco, que entonces se llamaba el Bando Nacional. 

Por aquellas fechas mi padre, Antonio Guzmán Pérez era la persona encargada de hacer las compras en el Mercado de la Plaza de Abastos, y aprovisionar la despensa de la “Fonda Guzmán” que por aquellas fechas tenía unas veinte o veinticinco bocas que alimentar de sus huéspedes. Más las comidas de otras tantas personas que acudían al almuerzo del medio día. Aparte de mi familia que no era poca: mis padres, cinco hermanos, faltaban mi hermano el mayor, que estaba en el frente y mi hermana Rosa que vivía en Tánger, también los abuelos José e Isabel por la parte de mi padre, más el personal de servicio, tres mujeres y un hombre que hacía los recados. El total que había que alimentar diariamente ascendía a no menos de cuarenta personas.


Cuento este detalle, porque en aquellas fechas  la carestía de alimentos era total. Muchas veces, mi padre volvía de la Plaza de Abastos con un gran canasto vacío y que solía llevar el hombre que trabajaba como “mandadero". Aquel hombre se llamaba Juanillo y de apodo “el Céntimo": Juanillo “el Céntimo” era muy popular en Cabra. 

A mi madre, más conocida por Mamá Rosa, le desconcertaba aquella situación, puesto que no sabía que poner de comer a tantas personas. Y se las tenía que ingeniar para salir del paso, ¡¡tenía que obrar milagros!!. 

En estas circunstancias, tanto mi hermano Manolo como yo, solíamos alternarnos en ir todos los días a la Plaza con mi padre, por la ocasión que representaba que los vendedores pudieran darnos cinco o diez céntimos de “propinilla”, al pagar mi padre las compras, tanto en la carnicería de Eusebio Muriel o Paco Espejo, como en la pescadería de los Rodríguez y en otros puestos de hortelanos. 

Aquel aciago día de otoño del 38, le tocaba a mi hermano Manolo acompañar a mi padre con Juanillo “el Céntimo”. Con el referido gran canasto, a las siete de la mañana, encaminaron sus pasos hacia el Mercado. Al pasar por la calle Buitrago, a la altura del “Bar de Morillo” (después  “Joyería de Montesinos"), por debajo de la “Confitería de Rafael Fernández”; mi padre de dijo a Juanillo: -¡Adelántate y vete para la cola de las patatas, yo voy a tomar antes una copita de aguardiente!


Y así ocurrió, según lo contaban después. Tomándose la copa de anís, en esos precisos momentos se oyeron truenos aterradores, que hicieron retumbar aquella plácida mañana.

Tres aviones del bando provenientes del lado republicano dejaron caer sus mortíferas bombas de 15 o 20 kilogramos y una cayó sobre la Plaza de Abastos. 


La tragedia según me contaron, fue tremenda. Mi padre corrió para el Mercado y mi hermano salió también corriendo, pero… para la casa de mis padres. 

En mi casa el “cuadro” era el siguiente: mi madre, mis hermanas Carmen e Isabel, mi hermano Pablo, mi tía Sierra (que aunque vivía en Tánger estaba en Cabra en visita familiar), Concha (una de las criadas) y varios de los huéspedes que se levantaron al oír las tremendas explosiones, estaban nerviosos y asustados, paralizados, si saber que hacer...  

Según me dijeron después, yo que seguía durmiendo, me cogieron en brazos para meterme en la covacha de la subida de la escalera, (que era nuestro “refugio” particular) y en esos momentos llegó mi hermano Manolo sofocado, jadeante, lleno de polvo y llorando. Al rato apareció Juanillo “El Céntimo”, chorreando sangre que le brotaba del brazo derecho, por la metralla de la bomba. 


Y al rato llegó mi padre, también lleno de polvo, descompuesto y contando el desastre de lo ocurrido en la Plaza de Abastos. 

Mi cuñado Rafael Mesa (que era entonces novio de mi hermana Carmen) acompañado de mi hermano Pablo, que tendría entonces 14 o 15 años, marcharon corriendo hacia la Plaza para prestar auxilio a los heridos. Mi hermana Carmen marchó al Hospital, puesto que era Ayudante de enfermera y pertenecía al llamado Auxilio Social.


Se llevaron al pobre Juanillo para que terminaran de curar sus heridas del brazo, aunque los primeros auxilios se lo prestó mi tía Sierra. Y así fue como se desarrollaron los hechos durante aquella mañana.

Al mediodía del día siguiente, martes, mis padres nos llevaron  a una huerta cercana del Cementerio, propiedad de unos amigos que eran como de la familia, a mi hermana Isabelita, a mi hermano Manolo y a mí ( 12, 10 y 8 años respectivamente). 

La “Huerta de Pepa” se encontraba en el cruce del camino del Cementerio y “Prado Rute” (hoy es un Vivero de Plantas).  

En aquel lugar estuvimos varios días, por el temor de que volvieran a repetirse nuevos bombardeos. Este sitio lo recuerdo con mucho agrado, porque lo pasé muy bien, con mis hermanos y con otro sobrino de la conocida Pepa Gómez, muy amigo mío llamado Manolo Garrido Pérez, nieto de Dolores, y hermana de Pepa. 


Pasamos unos días de juegos en aquella huerta que era una delicia. Recuerdo que yo dormía con José, el hijo de Pepa en un colchón, que al acostarnos hacía mucho ruido, ya que estaba relleno de hojas de mazorcas secas. Pasados unos días, ya más tranquilos, volvimos a casa a la rutina de siempre. 

Poco más puedo contar. Según la versión de Rafael Mesa y de mi hermano Pablo, cuando llegaron a la Plaza de Abastos decían: -¡aquello es un infierno!. 

Las autoridades militares los pusieron a cargar a los fallecidos en camiones y vehículos que transportaron al Cementerio, y a los heridos, los dirigieron a la Casa Socorro, que se encontraba entonces en la Placita o “Llanete” de la Iglesia de Santo Domingo. 

Volvieron cerca del mediodía, cansados, cubiertos de polvo, sudor y sangre de aquella carnicería humana,. Aque trágico día había más personas que de costumbre, formando “cola” para comprar patatas, que tanto escaseaban. 

La bomba que cayó en el Mercado de Abastos, lo dejó prácticamente derruido. 

Murieron muchas personas que conocíamos. Un tal Enrique Montoya que era militar y se encontraba en casa durmiendo, llegado de permiso del frente, murió en su propia cama.  El abuelo de la que luego fue mi esposa Otilia, que era carbonero y se llamaba Antonio Arévalo Camacho, moriría con 66 años. También morirían, un vecino de la calle de la Cruz, que lindaba con nuestra casa, llamado de apellido Barba y un chaval, muy amigo mío, sobrino del cocinero del Internado del Colegio del Instituto, llamado Manuel Basurte, amigo de mi padre. Este chaval tenía mi edad (8 años) y se llamaba Rafael Castillo Basurte...

Las bombas que cayeron en Cabra supusieron un auténtico desastre de la guerra. El balance fue terrorífico: más de cien muertos, unos doscientos heridos y decenas de casas destruidas.

En total cuentan que fueron 18 las bombas que arrojaron sobre esta indefensa ciudad que se encontraba en la retaguardia de una guerra prácticamente terminada. 

Los tres aviones procedían de zona republicana, llegaron a las siete y media horas de aquel día fatídico y sumieron al pueblo de Cabra en un caos no antes vivido. 

Más de cien familias lloraron y enterraron a padres, madres, hijos... Se tardó mucho tiempo en olvidar aquella tragedia, que sembraron unos malditos “pájaros de hierro” que sumieron de dolor a nuestro querido pueblo, una mañana de noviembre del año 1938.



jueves, 16 de junio de 2016

COMO VESTÍAMOS EN LOS AÑOS 40





Hay que situarse en aquellos años, 1946, 47, 48… la situación en España era calamitosa, habíamos salido de la Guerra Civil y también de la 2ª Guerra Mundial, escaseaban los alimentos, el transporte era horroroso y la vestimenta una pena.

Estrenar un traje era poco más o menos que un acontecimiento. Con mucha suerte podías aspirar a heredar el que tu hermano mayor desechaba, porque se le había quedado pequeño, y para ello había unas señoras costureras que nos hacían milagros con la aguja y el dedal, te volvían el traje del revés y parecían nuevos, cuando te los ponías, en Semana Santa, en la Feria de San Juan o en el Día de la Virgen de la Sierra.


Quiero recordar que el primer traje nuevo que yo estrené, de verdad, tendría 19 o 20 añitos… Todos los anteriores habían sido heredados. Recuerdo que este primer traje me lo hizo un sastre muy renombrado por estos lares llamado “Sastrería López” de Lucena, que lo representaba en Cabra un buen amigo llamado Andrés Urbano.

El bueno de Andrés te lo vendía a crédito, a pagar en un año con una cuota de 15 o 20 pesetas, mediante doce “letras de cambio” negociadas por un banco de la localidad, debidamente aceptadas con la firma del cliente. Esto era muy serio, si no las pagabas en su día pasaban al “protesto” ante Notario y con ello atenerse a las consecuencias...

En el verano del 49, se pusieron de moda las chaquetas blancas.¡Blancas como palomas ! Y...muy largas, algunos se pasaban de modernos y mas que chaquetas de caballeros parecían batas de médicos, pero ... ¡¡ cómo era la moda !!

En invierno, y por esa misma época, se pusieron de moda de caballero también, una especie de gabardinas que le llamaban “trincheras” y eran muy bonitas, a mí me gustaban mucho. Pero lo que no me hacía gracia es que esa moda venía acompañada de que,lo elegante era que la “trinchera” estuviese más bien sucia, manchada, no muy planchad. Los más "modernos" que seguían esta curiosa moda eran capaces de llegar a un taller de mecánica para ensuciarlos a conciencia.

En cuanto a la zapatería, los jóvenes no sabíamos que era ir a un buen establecimiento y comprar de un golpe, soltando los “cuartos”, y llevarte unos zapatos, los que más que te gustaran. No y mil veces no...

Lo mandado era ir a un zapatero de la localidad, que los había y muy buenos. Que te tomaran las medidas para hacértelos, luego entrar en una… podríamos llamarle una especie de “DITA” o “IGUALÁ”, pagando semanalmente una cantidad, entrabas en un sorteo entre muchos clientes, dándote un número y si en el transcurso de esas semanas tu número coincidía con el Sorteo de los Ciegos, ya no pagabas más; y el zapatero de turno te confeccionaba los zapatos o botas convenidas. Si no tenías suerte, pagabas religiosamente el valor total de tu calzado y en paz.

El padre de mis buenos amigos Juan y Rafael Alguacil Jurado, que vivían una casa más abajo de la mía (la Fonda Guzmán) era un profesional zapatero artesano, en su taller de la calle Pepita Jiménez se confeccionaban magníficos pares para “este procedimiento”, allí trabajaba el mejor artista de esta profesión, se llamaba Mediavilla, un magnifico artesano del calzado, pero que tenía un genio de “mil diablos”.

Como digo era muy difícil y costoso vestir bien, ya que muchos jóvenes no podíamos aspirar a esto que les cuento. La solución para “trajearse” era comprar un “corte” del traje, que te gustara, a través de los señores “diteros” que te los vendían para pagar a diario o semanalmente una pequeña cuota, y cuando ya estaba pagada te daban el “corte del traje” elegido.


Algunas o muchas veces, no venía correcto, faltaba tela y entonces se presentaba un gran problema. Pero a males, soluciones: cogías la tela se la llevabas a las referidas señoras costureras de caballero y te lo hacían… no tan bien como los señores sastres, pero finalmente quedaba bastante bien y mucho más barato.

De esta forma. a mí me hicieron varios trajes, tampoco muchos.... pero que son recuerdos de mi juventud.

jueves, 10 de marzo de 2016

MI AMIGO ANTONIO LUNA MUÑOZ


En esta ocasión me viene a la memoria el recuerdo entrañable de ANTONIO LUNA MUÑOZ, el “Viejo Luna”. Un hombre, entonces, de mediana edad, aunque a mi me pareciera muy mayor, algo calvo, de profesión HORTELANO, y por consiguiente con el aspecto de un hombre curtido en las tareas agrícolas. Sin embargo, aquel personaje, un sencillo hombre de campo, era poseedor de una gran simpatía, exquisita corrección en el trato y con una facilidad innata para expresarse, a pesar de no poseer ninguna cultura académica.



ANTONIO LUNA tenía una huerta junto al “Campo de Fútbol Chico”. A su entrada, había una hermosa alberca, dónde solíamos bañarnos, en los calurosos días de verano, los chavales que frecuentábamos aquella zona del pueblo, las llamadas “Huertas Altas”.



Tengo grandes recuerdos de aquella huerta y de otras cercanas. Solíamos “robar”, siempre el con beneplácito de sus hortelanos, unas enormes zanahorias de color morado, que se conocen como “forrajeras” y que al morderlas se nos ponían las bocas de un intenso color “nazareno”. También nos gustaba fumar las hojas secas de los grandes nogales de aquella huerta a modo de cigarros.



¿Os acordáis Juan y Rafael Alguacil Jurado?... ¿Mis queridos y buenos amigos?...

El "Viejo Luna", me habló muchas veces de su familia, de su mujer y de que tenía siete hijos, llamados Antonio, el mayor, y al que seguían José, Rafael, María, Carmen, Mercedes y Manuel. 

Pero, vayamos, concretamente, a nuestro personaje. A pesar de la enorme diferencia de edad, yo tendría entonce 10 años y ANTONIO LUNA, entre 50 ó 60, a pesar de ello, sintonizábamos  muy bien.


Recuerdo cómo le gustaba contarme historias pasadas, pero, lo que más me gustaba eran sus poesías. Versos populares que no sé si eran de su “cosecha” o de otros poetas, pero que las guardo en mi memoria, a pesar del tiempo transcurrido, más de 70 años. 

Una decía:

Pinta el pintor varias cosas,
pintó el sol,
pintó la luna,
pintó la negra fortuna.
Pintó la trigueña hermosa.
y también pintó una rosa. 
Con su magnífico pincel pintó una dalia.
Pintó un clavel.
Pintó el azahar y
¿el querer de una mujer?
¡NUNCA LO PUDO PINTAR!. 

Y esta otra:

Un pájaro, con cien plumas
no se puede mantener
Y un escribano con una, 
mantiene hijos, mujer y
“jembra” si tiene alguna.

Mi amigo ANTONIO LUNA, era además muy estimado por mi familia. Solía llegar a la Fonda Guzmán muy a menudo, a tomarse un vasito de vino. En aquella época, La Fonda era también una modesta taberna-bodega, con vinos propios. Solía venir a mi casa, también, para recoger el correo, ya que los carteros no subían hasta la huerta. De ahí mi relación con él. 

Además, el "Viejo Luna" tenía la costumbre de tocar en la ventana de mi casa, para que mi madre supiera que eran las 5 o 6 de la mañana, hora que Mamá-Rosa iba a “su misa Primera” de Santo Domingo de Guzmán. EN ESTO NO FALLABA UN DÍA. Tocaba en la ventana y decía, con la voz baja: Rosa...la hora.

Mi hermano Pablo, también sintonizaba muy bien con ANTONIO LUNA. Mi hermano Pablo era seis años mayor que yo y quiero recordar que en los veranos se iba a su huerta a dormir bajo las estrellas, o debajo de un árbol y que cuando se refería a él, en vez de decir su nombre decía: “el hombre". 

En una de mis historias, publicadas en este mismo BLOG, hablo de la extraordinaria relación que tenía la Fonda Guzmán con el Instituto Aguilar y Eslava. Y cuentoun relato muy sabroso sobre la visita del Presidente de la República Española, Don Niceto Alcalá Zamora y Torres. Recomiendo a mis amables lectores que lo lean, esto fue una graciosa ocurrencia del "Viejo Luna", en el que demostraba su ingenio y “lucidez” y no una “locura” como se le tildó desde entonces en Cabra, a mi amigo Antonio, mal llamado, el “Loco Luna”.
http://fondaguzman.blogspot.com.es/2013/12/inauguracion-busto-aguilar-y-eslava.html

De ANTONIO LUNA se contaban infinidad de anécdotas y les quiero narrar a continuación algunas de ellas:

Se decía que cuando la Guerra Civil, a la entrada del pueblo, había unos controles de unas personas que no eran militares llamados “cívicos” y falangistas, que fusil o escopeta en “ristre”, en horas de madrugada o atardecer les daban “el alto” a toda persona que quería entrar al pueblo. Pues bien cierto día llegó ANTONIO LUNA al referido control y le espetaron:

-¡ALTO!.. ¿.QUIEN VA?...
A lo que Antonio contestó:
- NI ALTO NI BAJO ¡¡ REGULAR, DE ESTATURA !!.

Por último, quiero recordar que su huerta era arrendada y que su propietario sería uno de los hermanos Pallarés Delsors, bien don José o bien don Luis. Cierto día hablando con unas personas, sabiendo que la corriente entre ellos era poco amistosa, lo normal entre arrendador y arrendatario, le refirieron algo que no le gustó; a lo que contestó solemnemente:

-¡¡ Pues si ese señor es “DER SOL”…yo soy "DON ANTONIO DE LA LUNA", con lo que quedó zanjada aquella conversación. 

Así era mi querido y recordado amigo ANTONIO LUNA, el "Viejo Luna", el famoso hortelano de la Senda de Enmedio; abuelo de mis queridos amigos Carmina, Rosita y Rafael a los que saludo desde este rincón, donde les cuento algunas vivencias de su abuelo Antonio, que creo me habrán oído contar.

miércoles, 13 de enero de 2016

Personajes entrañables en el recuerdo...

¿Recuerdan por los años 40 del pasado siglo XX a estos dos personajes entrañables de nuestro pueblo?

El primero de ellos estaba relacionado con la firma PALLARES HERMANOS S.A....


Y el segundo, con los  conocidos LABORATORIOS EGABRO...

Son caricaturas realizadas por Salvador Guzmán Arroyo, de los años cincuenta.