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lunes, 25 de septiembre de 2017

El Colegio del Hospital



Existía en Cabra un antiguo colegio infantil llamado del Niño Jesús o del Niño Jesús de Praga, también conocido como colegio del Hospital. Un centro para alumnos de un nivel económico medio, que estaba a cargo de Hermanas de la Caridad del Hospital que se encontraba en dependencias del antiguo Convento de Santo Domingo de Guzmán.


Aquel colegio del Hospital tendría su continuación en el nuevo grupo escolar construido por la Vizcondesa de Termens, que se llevó a las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul a unas extraordinarias y modernas instalaciones creadas para ellas en los años años 30, del siglo XX.

Y así lo recuerdo yo, cuando estando en aquel viejo colegio del Hospital, un buen día pasamos al nuevo centro de la Fundación Escolar Termens, patrocinado económicamente por la Excma. señora doña Carmen Giménez Flores, Vizcondesa de Termens.

La fecha en que el Colegio del Niño Jesús del Hospital dejó de funcionar, como tal, sería por tanto en 1934, año en el que pasó todo el alumnado a este nuevo Colegio de Termens, que se encontraba frente por frente de la puerta de nuestro “Colegio Hospital” de Santo Domingo de Guzmán.

Mis hermanos, Pepe, Pablo, Manuel y yo fuimos a este colegio, desde los 4 ó 5 años, y posteriormente a otros centros de Cabra de otros niveles, como el también recordado Ave María, hasta llegar a la segunda enseñanza en el Instituto “Aguilar y Eslava” o, en el caso de las niñas, al colegio de las RR.MM. Escolapias.

Del escaso tiempo que pasé por el Colegio del Hospital, guardo pocos recuerdos, solamente me acuerdo de una de aquellas monjas, a la que le teníamos un gran cariño, se llamaba Sor Inés. Entonces los padres tenían la costumbre de enviarnos al “cole”, con la comida del mediodía y eran las mismas monjitas, las que se encargaban de dárnosla. Yo sería de los más pequeñitos tendría cuatro añitos...

Después de pasar al nuevo colegio de Termens estallaría nuestra lamentable Guerra Civil, que en sus primeros momentos del año 1936, o sea, a partir del 18 de julio, provocaría la suspensión temporal de las clases. A principios de 1937 la actividad escolar sería recuperada de nuevo, con un ritmo casi normal.

Y digo casi normal, porque lo que si advertimos mis compañeros y yo diferente al reanudarse las clases en el colegio de Termens, fue la presencia de un joven profesor que nos daba instrucción militar. Aquel joven monitor se llamaba Adriano, y era músico de la Banda Municipal de Cabra.

A la salida de la clase del mediodía, junto al portalón grande en el patio del colegio de Termens, formábamos como si fuéramos pequeños soldados y frente la bandera nacional cantábamos los himnos y canciones patrióticas de la Falange, los Requetés, el ”Cara al sol”… Lo que no recuerdo bien, si lo hacíamos a diario o solo al final de la semana. 

De estas historias se acordaran, tan bien como yo, algunos de mis compañeros de entonces, como Félix Ruiz, Fernando Borrego, Rafael Valle, los hermanos Rafael y Antonio Barranco Prieto, Rafael Leña, Rafael Nieto, Manolo Lama… y, especialmente, Rafael Amorós Capilla, al que le mando desde estás páginas un abrazo hasta su residencia en Luarca (Asturias).


Se ilustra este artículo con dos fotografías, la primera del Colegio del Niño Jesús del Hospital debe ser de 1933 o 1934.

En la segunda foto, que es posterior y ya en el colegio de Termens, reconozco entre otros compañeros a los siguientes:

En la primera fila sentados, Antonio Lopera, los hermanos Pepe y Antonio Barranco Prieto, y un tal Gutiérrez. En la segunda fila, Rafael Nieto, Rafael Leña… y en la tercera fila, José Manuel Serrano. Y en la fila superior, Féliz Ruiz, Antonio Ruz Viñas y Rafael Valle, que era hijo del portero de este Colegio. Las monjas son, Sor Enriqueta, Sor Felisa y Sor Julia.

Actualmente la Fundación Escolar Termens se llama oficialmente Centro de Educación Especial "Niño Jesús", en recuerdo a aquel viejo Colegio del Hospital...



jueves, 14 de septiembre de 2017

Don MIGUEL RUIZ BALLÓN, un profesor genial...


Don Miguel Ruiz Ballón era un profesor genial del Instituto Aguilar y Eslava de Cabra. 

A don Miguel todos sus alumnos le teníamos un enorme afecto y simpatía, ya no sólo por todas sus ocurrencias, sino, sobre todo, por su gran humanidad. 

Cuando lo recuerdo... aún me parece verlo en su clase de Ciencias Cosmológicas, allí, sentado en su bufete, sobre aquella gran tarima y con los pies apoyados en una de las bancas que ocupábamos sus alumnos. 

Don Miguel era un hombre corpulento y en sus modales parecía muy sencillo. Muy respetuoso con todos nosotros,  nos contaba interminables historias salpicadas de anécdotas y de momentos graciosos, y que curiosamente al final de cada una, como si fueran fábulas,   siempre terminaban relacionándose con la Historia natural o las Ciencias de la naturaleza, como se diría hoy. 

Un día don Miguel nos contaba que cuando entró a su casa y detectó un cierto olor a amoniaco… aquel día en su vivienda había albañiles trabajando,  y nos explicó, que normalmente durante esas horas de trabajo, los operarios orinaban en un pequeño retrete que había en el patio de aquella casa , y claro … ¡como entonces no había cisterna!, el resultado de aquellas abundantes micciones era la descomposición de esa “materia”, o sea el pipí, que pasado un tiempo, se descomponía al contacto con el agua del sumidero en un gas incoloro de olor desagradable, compuesto de hidrógeno y nitrógeno que se empleaba frecuentemente en la fabricación de abonos y productos de limpieza ... esto es: amoniaco.

Bonita y original manera de explicarles a aquellos jóvenes de corta edad, la naturaleza orgánica de las cosas cotidianas que nos rodean.

De D. Miguel Ruiz Ballón, se cuenta también infinidad de anécdotas, todas muy simpáticas. Y algunas, incluso, me pasaron a mí:

Un día me llevé a una de sus clases un pequeño camaleón. Al poco rato, mis compañeros se “chivaron” al profesor de la presencia de mi mascota  y con potente voz, don Miguel dijo: -¡EL DUEÑO DEL PEQUEÑO REPTIL PRESENTE EN LA CLASE, SALGA FUERA Y DEPOSITE AL ANIMAL EN UN LUGAR ADECUADO!.-Yo perplejo ante su orden, inmediatamente me levanté, lo deposité en un  rincón del aula, siguió las explicaciones como si tal cosa,  y me lo llevé al terminar la clase.


También se oía contar que don Miguel, con dos profesores muy amigos suyos, iba muy a menudo a Lucena para almorzar a una Pensión y Casa de comidas, entonces muy conocida por sus exquisitos potajes. Y como era hombre de buen comer, muchos decían: que cuando acudía a alguna celebración o banquete, era capaz de tirarse DOS O TRES días en ayunas.

En una ocasión que fue al Casino, estrenando gabardina,  unos amigos bromistas se la cambiaron por otra vieja, sucia  y cochambrosa y el pobre de don Miguel no salía de su asombro ante el inesperado contratiempo. 

Como señalaba al principio de este relato, para sus alumnos don Miguel Ruiz Ballón  fue un profesor genial,  un tipo simpático y ocurrente, que dejó en Cabra una gran familia, a pesar de que no tuviera hijos en su matrimonio. Sería mi gran amigo, Rafael Barranco Prieto, que fuera adoptado legalmente como suyo, quien compartiría parte de su vida y de su recuerdo, y al que le mando un abrazo afectuoso.

Finalmente, como en otras ocasiones repasamos su biografía extraída de una semblanza a su persona realizada en la prensa local egabrense.

“Nació don Miguel en Lucena en agosto de 1883. De una familia humilde, que tuvo que desempeñar en su juventud diferentes oficios, entre ellos el de aprendiz de carpintero. Dotado de una clara inteligencia, se propuso estudiar el Bachillerato en Cabra, para lo que tenía que desplazarse en diversos medios desde Lucena. Incluso algunas veces a pie. Ya muy madurito, y con la modestísima ayuda de unos parientes, cursó la carrera de Ciencias Químicas, licenciándose luego en Sevilla.

En enero de 1915 vino a este Instituto, como ayudante interino sin sueldo y después fue como auxiliar numerario, accediendo por fin, a primeros de años treinta, a la cátedra de Ciencias Naturales, que lo desempeñó aquí hasta su jubilación.

Como era un hombre muy observador y también de una gran memoria, fue captando infinitos sucedidos pintorescos que luego contaba a sus amigos con singular donaire. Muy aficionado a la buena y abundante mesa y a... ciento y una comilonas que se dieran en Cabra, entre los años 1915 a 1925, con cualquier pretexto. Contaba que un mes que no hubo que festejar se organizó un banquete de <afirmación egabrense>…Otro se le dio a un joven porque <iba a hacer oposiciones al catastro>… y luego no las hizo.

En sus últimos tiempos realizó un descubrimiento sensacional, que <en Cabra hay un hombre que manda en su casa>…El relato e incidencias de este suceso causó el regocijo de su asidua tertulia del Círculo de la Amistad.

Don Miguel Ruiz Ballón fue un enamorado de Cabra y de sus gentes y de cuantos fueron sus alumnos lo recuerdan con singular simpatía y afecto. Aquí murió en octubre de 1962.”

domingo, 10 de septiembre de 2017

Don ANTONIO PEÑA LÓPEZ, sacerdote y profesor de italiano


Don Antonio Peña López, era sacerdote y profesor del italiano cuando yo andaba estudiando bachillerato en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra. Personalmente lo recuerdo bien porque era unos de los amigos de mi padre y lo veía frecuentemente en mi casa, la Fonda Guzmán, que además de pensión, era despacho de vinos y una pequeña taberna. 

En aquellos tiempos y según las personas entendidas, los caldos de Moriles eran al parecer de gran categoría. Y don Antonio Peña lo era también, entendido y de categoría,  por eso frecuentaba mi casa, para saborear un vasito de este vino “fino” llamado del “quince”, por ser su precio de 15 céntimos de peseta, y que mis padres criaban en las siete viejas botas de lo que fue en tiempos un lagar.

Recuerdo, de aquellos años de la Guerra, que cuando en la iglesia me acercaba a su confesionario siempre, siempre, me recibía con la misma frase de bienvenida: ¡hola “cagachín”!... ¿Qué pasa?

En nuestra Ermita de la Virgen de la Sierra recibí, precisamente, de don Antonio Peña, mi Primera Comunión; corría el mes de julio de 1937 y recuerdo que conmigo también la hicieron, Domingo y Antonio, dos de los hijos de Antonio el Santero.


A este ejemplar sacerdote y profesor, le gustaba mucho pasear por el campo y para ello se vestía con un viejo pantalón de pana y un sombrero de paja. Y se contaban muchas y simpáticas anécdotas de él. Así se decía que en cierta ocasión paseando por el campo se acercó con esa indumentaria a un cortijo donde lo tomaron por el “paragüero”, con el consiguiente enredo por la confusión... 

Yo, personalmente, no fui alumno de italiano del profesor Peña en el Instituto, pero mis compañeros me contaban que en sus clases lo pasaban de maravilla. En su aula, que era muy pequeña y estrecha, la pizarra estaba colocada formando un triángulo en el rincón de dos paredes, lo que le valió que fuera conocida con el nombre de la "clase del meaero” por su similitud con la forma de un urinario público. 


Estos son algunos de los recuerdos que tengo de don Antonio Peña y que me resisto pasen al olvido. Pero mejor que yo, recurramos a saber más de su persona a través de lo se publicó en uno de los semanarios locales: 

“Reducir a unas pocas líneas la inmensa personalidad de don Antonio Peña López, a pesar de su enjutez física, de su permanente delgadez la que contrastaba con la anchura desmedida del alma, de aquel sacerdote, de aquel hombre, de aquel educador, de aquel cabreño sin tasa que fuera don Antonio Peña. 

Hablar de don Antonio es recordar al amigo de todos. Al profesor inteligente, afectuoso y ameno… ¡Qué difícil ser maestro a su aire!... amigo de todos sus alumnos. Hablar de religión, hablar y enseñar naturaleza, pasear sin descanso por los campos de Cabra con sus alumnos… ¡Cómo le entusiasmaban las colmenas!..., pensar en voz alta los que estaban a su lado, ser generoso sin tasa y sin pregonarlo. Servir a todo el mundo que lo necesitara…, eso y muchas cosas más era el cura Peña. Don Antonio, el buen amigo.

Se refería, en una ocasión, de una orden recibida del Obispado, en la que se debía pedir a los fieles para que diesen su óbolo para una institución de la capital. Don Antonio, sencillamente, sin darle más importancia a la cosa, … ¡en aquellos tiempos!... terminó diciendo: -Esto es lo que nos ordena decir en la misa el señor Obispo y yo siempre obedezco humildemente, pero he de añadir, que mientras haya en Cabra un solo pobre no pienso dar una sola perra a los pobres de Córdoba; el que libremente quiera hacerlo… ¡que lo haga!-.

Consejero, amigo, cura, intelectual de altura, este fue el inolvidable Cura Peña… al que hoy con orgullo y creemos con gratísimo afecto, lo recordamos muchos egabrenses”.