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martes, 24 de enero de 2017

EL POLVORÍN DE VILLAPLANA


Hace unos días estaba sentado en el bar que hay frente al Hospital "Infanta Margarita”, tomándome mi habitual desayuno: un descafeinado largo con leche y una rueda de churros, cuando me vino a la memoria una casita blanca muy pequeña, de unos seis o siete metros cuadrados, con su tejadito a dos aguas, en el interior de un pequeño bosque de pinos que ocupaban entonces parte de los terrenos de nuestro Hospital.

Y me pregunté… ¿te acuerdas Salvador cuando de pequeño venías a este lugar con otros amigos para ver de cerca lo que llamábamos... el “Polvorín de Villaplana”?

Aquel lugar era para nosotros, chavales de 10 y 12 años, todo un misterio y una aventura. Aquella casita estaba cerrada con su puerta y un gran candado... y , además, creo recordar también que disponía de un pequeño cercado de alambres. 

Por allí, pululábamos a ver si un día tuviéramos la suerte de ver el contenido de aquel misterioso Polvorín, del que nunca pudimos ver lo que guardaba ¡una lástima!.

El origen y destino de “este pequeñísimo edificio, de carácter militar para nosotros”, se encontraba en Cabra, en la calle Álamos, esquina con la calle de Doña Leonor, donde existía una antiquísima tienda de comestibles. Su dueño era don Miguel Villaplana, precisamente el abuelo de nuestra querida y simpática amiga Margarita Moral Ruiz y en dicha tienda además, el señor Villaplana ejercía de Distribuidor en la comarca de los conocidos productos de “Unión Española de Explosivos", según constaba en los diferentes carteles que se veían en la tienda. 

Al parecer, antes de tienda de comestibles, que es como yo la conocía, era una Ferretería, y recuerdo que aquellos carteles de la "Unión Española de Explosivos" eran verdaderas obras de arte, la mayoría reproducciones pictóricas del genial pintor cordobés Julio Romero de Torres.

Y es que, seguramente para más seguridad de la población, las autoridades locales del momento, exigirían que esos peligrosos productos, no se pudieran almacenar en grandes cantidades en un establecimiento comercial urbano y tuvieran que sacarlos fuera del pueblo... de ahí el porqué de llevar estos explosivos, al citado Polvorín. Aunque, la mayoría de aquellos artículos fuera cartuchos de escopeta, a la que tan aficionada es la gente de nuestro pueblo. 

Estas y otras divagaciones se me pasaban por la cabeza, tomando café y es que recuerdo también que en ese mismo bosquecito, entonces muy tranquilo, solitario, cubierto de pinos, años después yo lo visitaba con mi familia, Otilia mi esposa y mis tres hijos entonces pequeños, el mayor tendría 6 ó 7 años y las niñas 5 y 2 añitos. 

Íbamos allí con el cochecito y la merienda, a pasear entre aquella arboleda, que en primavera era un encanto, y que estaba relativamente cerca porque no había porqué ir en vehículo, aunque sin embargo estaba lo suficientemente apartada para estar tranquilos, que era lo que perseguíamos. 

En lo más alto de aquel paraje, donde después se construirían los cimientos del hospital, había una explanada… y allí con mi hijo mayor echábamos a volar un precioso helicóptero de juguete, que un buen amigo me había traído de Alemania y que era una delicia verlo volar y que tanto le gustaba a mi pequeño.

Recuerdo bien aquel pequeño bosque de pinos, tan cerca del pueblo y a la vez distante del “mundanal ruido”, donde pasé tan buenos ratos familiares y donde en mis recuerdos infantiles siempre estará presente la estampa de aquella casita misteriosa que conocimos como EL POLVORÍN DE VILLAPALANA.