Parece un chiste o un cuento o… una de las “chalauras” del actual Gobierno Catalán con su sueño de independencia, que nos tienen más que hartos a todos los españoles. Pero esto que vengo a contar, no es un sueño, ni una tontería que yo me invento, era una realidad que corría por mentideros egabrenses, allá por los pasados años 1950-1960…
Ya he contado a mis amables lectores en varios de mis relatos, que los siguientes años a la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y la anterior Guerra Civil de 1936-1939, en España en general lo pasamos muy mal y la emigración de nuestros paisanos fue masiva a grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao... además de algunos países europeos, llámense: Alemania, Suiza, o Francia, entre otros.
En esos tiempos, que no se parecían nada a los actuales, había una desinformación total para encontrar trabajo allá donde se fuera y… como en el sitio que nos ocupa, Madrid.
“Desembarcabas” en la Estación de Atocha, y si no tenía familia esperándote, iniciabas la gran aventura: ¡Que hacer ahora". Mirabas un papelito que llevabas en el bolsillo, con una dirección de algún amigo o familiar: Calle del Carmen, número… tal. Y allí te dirigías, como podías, normalmente andando.
No había "pólvora" para toma un taxi y un desconocimiento total del autobús que te dejara cerca de esa esperanzada dirección, la cual se encontraba en pleno centro de Madrid.
Con tu maleta en ristre te encaminabas a ese lugar, preguntando y preguntando… “ ya se sabe que preguntando se llega a Roma” .
Así se plantaban, nos plantábamos, delante de una modesta casa de vecinos a la antigua usanza, y en ese portal nos recibía un Señor, de cara bonachona, muy grueso, sentado en una mesita de zapatero artesano que se llamaba don Vicente Vannereau, de una conocida familia con este apellido de origen francés… los Vannereau de Cabra.
Algo extrañado nuestro amigo emigrante preguntaría lo normal, si era allí donde vivía "el de Cabra" y la contestación de nuestro amigo Vicente era…- ¡Claro, pasa hombre, pasa…! ¡Siéntate y me cuentas...! -
Entonces echaba mano a una “damajuana” de cuartilla de vino y te ofrecía un vasito, para que “pasaras el trago” , y le contaras que te traía a Madrid, de que familia eras y tu historia sobre encontrar un trabajo conforme a tus aptitudes.
Podías contar con la certeza de que el señor Vannereau no te defraudaría. Te daba una o varias direcciones y nombres, a las que te mandaba, personalmente , y dónde te podían ayudar en tu petición.
Normalmente, sabía siempre de quien eras, porque nuestro embajador "conocía bien el paño", ya que estaba al día de todo lo que pasaba en Cabra y no fallaba en sus consejos y apreciaciones.
Además aquel portal, también era un punto importante de encuentro con otros paisanos, amigos o solo conocidos. Lo que explica que a este curioso lugar le dieran por nombre: la Embajada de Cabra en Madrid.
Yo personalmente “utilicé" como un egabrense más este importante servicio, no para trabajar, sino para que me orientara o aconsejara en pequeños problemas y gestiones, sabiendo que sus consejos e informes eran, siempre, “moneda legal”…
Para mí y para muchos egabrenses, el bueno de Vicente Vannereau era un perfecto ser humano: cariñoso, simpático, bonachón... un personaje digno de pertenecer a una saga de cualquier novela de entonces, del que destacaría, sobretodo, su generosidad.
Y lo que cuento del vasito de vino, era un detalle muy característico, en muchas ocasiones, siempre que pasaba o iba a la Puerta del Sol, aprovechaba y me acercaba a saludarle, a departir un ratito con él, pues además de la charla, siempre se agradecía aquel vasito de vino Montilla -Moriles.
Buena gente, buen vino.
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