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lunes, 24 de febrero de 2020

La Embajada de Cabra en Madrid


Parece un chiste o un cuento o… una de las “chalauras” del actual Gobierno Catalán con su sueño de independencia, que nos tienen más que hartos a todos los españoles.  Pero esto que vengo a contar, no es un sueño, ni una tontería que yo me invento, era una realidad que corría por mentideros egabrenses, allá por los pasados años 1950-1960…
Ya he contado a mis amables lectores en varios de mis relatos, que los siguientes años a la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y la anterior Guerra Civil de 1936-1939, en España en general lo pasamos muy mal y la emigración de nuestros paisanos fue masiva a grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao... además de algunos países europeos, llámense: Alemania, Suiza, o Francia, entre otros.
En esos tiempos, que no se parecían nada a los actuales, había una desinformación total para encontrar trabajo allá donde se fuera y… como en el sitio que nos ocupa, Madrid. 
“Desembarcabas”  en la Estación de Atocha, y si no tenía familia esperándote, iniciabas la gran aventura: ¡Que hacer ahora". Mirabas un papelito que llevabas en el bolsillo, con una dirección de algún amigo o familiar: Calle del Carmen, número… tal.  Y allí te dirigías, como podías, normalmente andando. 
No había "pólvora" para toma un taxi y un desconocimiento total del autobús que te dejara cerca de esa esperanzada dirección, la cual se encontraba en pleno centro de Madrid.
Con tu maleta en ristre te encaminabas a ese lugar, preguntando y preguntando… “ ya se sabe que preguntando se llega a Roma” .
Así se plantaban, nos plantábamos, delante de una modesta casa de vecinos a la antigua usanza, y en ese portal nos recibía un Señor, de cara bonachona, muy grueso, sentado en una mesita de zapatero artesano que se llamaba don Vicente Vannereau, de una conocida familia con este apellido de origen francés… los  Vannereau de Cabra.
Algo extrañado nuestro amigo emigrante preguntaría lo normal, si era allí donde vivía "el de Cabra" y la contestación de nuestro amigo Vicente era…- ¡Claro, pasa hombre, pasa…! ¡Siéntate y me cuentas...! -
Entonces echaba mano a una “damajuana” de cuartilla de vino y te ofrecía un vasito, para que “pasaras el trago” , y le contaras que te traía a Madrid, de que familia eras y tu historia sobre encontrar un trabajo conforme a tus aptitudes.
Podías contar con la certeza de que el señor Vannereau no te defraudaría. Te daba una o varias direcciones y nombres, a las que  te mandaba, personalmente , y dónde te podían ayudar en tu petición.
Normalmente, sabía siempre de quien eras, porque nuestro embajador "conocía bien el paño", ya que  estaba al día de todo lo que pasaba en Cabra y no fallaba en sus consejos y apreciaciones.
Además aquel portal, también era un punto importante de encuentro con otros paisanos, amigos o solo conocidos. Lo que explica que a este curioso lugar le dieran por nombre: la Embajada de Cabra en Madrid. 
Yo personalmente “utilicé" como un egabrense más este importante servicio, no para trabajar, sino para que me orientara o aconsejara en pequeños problemas y gestiones, sabiendo que sus consejos e informes eran, siempre, “moneda legal”…
Para mí y para muchos egabrenses, el bueno de Vicente Vannereau era un perfecto ser humano: cariñoso, simpático, bonachón... un personaje digno de pertenecer a una saga de cualquier novela de entonces, del que destacaría, sobretodo,  su generosidad. 
Y lo que cuento del vasito de vino, era un detalle muy característico, en muchas ocasiones, siempre que pasaba o iba a la Puerta del Sol, aprovechaba y me acercaba a saludarle, a departir un ratito con él, pues además de la charla, siempre se agradecía aquel vasito de vino Montilla -Moriles. 
Pues si la Embajada de Cabra en Madrid fue algo importante para muchos egabrenses en tiempos difíciles, es de justicia reconocer que tuvimos allí, el mejor EMBAJADOR del mundo mundial… ¡Don VICENTE VANNEREAU!.



lunes, 17 de febrero de 2020

EL PINAR DE LA “FUENTE DE LAS PIEDRAS”


Corrían los años 60... en aquellos años, la juventud de Cabra vivíamos con ansias de prosperar y tomarnos la vida en serio. Buscábamos nuevos trabajos, nos relacionábamos abiertamente con otros miembros de nuestro entorno; y queríamos superarnos a nosotros mismos, ya que para entonces el "Régimen" parecía que se abría un poco al mundo exterior. La Europa más cercana abría sus puertas, se iniciaba un bonito camino con la llegada masiva de extranjeros. Toda una gran esperanza como era… ¡el turismo!.

Culturalmente parecía que florecía entre la juventud de nuestro pueblo, nuevos horizontes y… uno de los puntos sobresalientes en este aspecto era la Sociedad Cultural del Centro Filarmónico Egabrense. De allí salieron varias iniciativas, entre ellas, fundar con una aportación económica, parecida a unas pequeñas acciones, la posibilidad de instalar una industria, contando además con otros recursos, que sin duda nos daría el Gobierno. Esta iniciativa tomó cierto vuelo, pero… era un esfuerzo mayúsculo, que finalmente no prosperó, a pesar de llegar a puntos importantes para poder lograrlo.

En otro momento, se planteó la refundación del Gran Imperio Romano de Cabra, para mayor lucimiento de nuestra Semana Mayor. Y esto, si se llevó a cabo y resultando un éxito enorme, como se demostró.
  
Y por último, pasemos al motivo de este artículo, la plantación de un gran pinar en el paraje de la Fuente de las Piedras. Aquella iniciativa la encabezaban varias personas y grandes amigos como fueron: Ramón Cantero París, Antonio Luna Pérez, Manuel Luque Moreno, Antonio Lara Jurado, José Tarifa Muriel, Manuel Guzmán Arroyo, Antonio Vivar Gómez, un servidor, y ... muchas personas más.

El proyecto era, que repoblar con pinos un espacio natural, tan maravilloso como era la “Fuente de las Piedras”, donde apenas había vegetación y muy poca arboleda,  tan solo  un grupito de álamos blanco y mucho pedregal...

Para ello creamos una comisión y en pocos días, un numeroso grupo de personas se hicieron eco de esta bonita llamada.  El proyecto consistía que cada persona interesada, podía suscribir unas cuotas para la compra de un pino, que “sería de su propiedad” y también de "su cuidado" desde el mismo momento de su plantación, con la obligación de los primeros riegos hasta que enraizaran aquellos arbolitos.

El pedido de unas 300 plantas se vendió rápidamente y todas las personas comprometidas aceptaron con seriedad la labor de cuidado de aquel pinar. Para identificar la “propiedad” de cada arbolito, le  poníamos una especie de pulsera metálica en el tronco con el nombre de su “propietario”; hubo quien compró varios con el nombre de sus hijos. Y también había dos especies de plantas, unas de mayor tamaño y otras más pequeñas, con diferentes  precios.  

Aquella iniciativa duró varios años y, en cuanto al cuidado de los mismos, daba gusto  ver cuando llegaba un domingo o una“fiesta de guardar”, como numerosas personas y muchas familias acudían con una lata o regadera para “dar de beber a los sedientos arbolitos” . Ver crecer aquel incipiente pinar fue, yo bien diría... UNA MARAVILLOSA realidad.

Con el paso del tiempo, algunos pequeños pinos se malograron, otros se murieron de “vejez-prematura”, pero aún así, todavía hoy se conservan y se pueden ver en nuestra Fuente de las Piedras, muchos de aquellos ejemplares, que ahora tienen, eso si, más de 60 años y por tanto han pasado a una feliz “jubilación arbórea”. 

¡No me digan, mis amables lectores, ahora que tanto se habla de preservar el Medio Ambiente y cuidar la Naturaleza, que aquella idea no fue un verdadero acierto...! 

Si lo fue, una iniciativa que hoy recuerdo, de la que me siento orgulloso y que hicimos por el empeño de un puñado de amigos.