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martes, 30 de diciembre de 2014

ESTUDIANDO EN EL INSTITUTO DE CABRA


 
      
En el Curso 1940/41 mis padres me matricularon para ingresar en la Escuela Preparatoria del Instituto de Bachillerato “Aguilar y Eslava”, Tuve la gran suerte de tener en aquella etapa, tan importante para mí, al mejor Profesor o Maestro Nacional de todos los tiempos, a Don Francisco Molina Benítez, un enseñante adelantado a su época, con unos métodos que aún hoy resultan del todo increíbles. Como era, por ejemplo, el “cálculo mental rápido”, que más adelante les explicaré con más detalle y además como persona... Era un caballero con mayúscula ,sin tacha, ¡¡ un verdadero señor !!. 
      
Las clases de Preparatoria era para ingresar al año siguiente en primer curso de Bachillerato. La clase la componíamos un conglomerado de chavales de lo más variado Pero de los que más y mejores recuerdos tengo, por nuestras vivencias, travesuras y gustos afines, eran, por ejemplo: Antonio Palomar Yébenes, Rafael López Duran, (mi primo como nos decíamos), Alonso Santiago Alguacil, Eduardo Oteros Priego, Fernando Corpas Muriel, Juan Pérez Fernández, Manuel Martín Hurtado “El Torreño,” (porque era  de Torre del Mar), Pepe Martín “El Carrero”, Manuel Guijarro Serrano, su primo Alfonso Guijarro Porras, y …Juan de Dios Sanz Delgado... Había algunos más y tener que enumerarlos a todos sería interminable la lista.


       
Ahora y según compruebo, todos se han defendido bien en la vida se han situado profesionalmente bastante bien. La triste realidad es que por este año de 2013, (fecha que estoy pasando a limpio estos folios), faltan algunos de estos buenos amigos, Antonio Palomar, Rafael López, Fernando Corpas, Juanito Pérez, Pepe Martín, Manolo Guijarro y el último Alonso Santiago Alguacil, a todos los he sentido como si de mi familia se tratara o de algo mío.
        
Hablando de nuevo de Don Francisco Molina, mi MAESTRO de Preparatoria. Este gran Maestro tenía unos métodos de enseñanza increíbles, como el ejercicio mental del “cálculo mental rápido”, que antes aludía. Este ejercicio era una forma de enseñar las matemáticas a chavales de diez a doce años, de forma agradable. Éramos capaces de efectuar, mentalmente, operaciones de sumar, restar, multiplicar y dividir, solo con la mente. Nos hacía ver el maestro que en nuestra mente teníamos una pizarra,…¡ solamente, con la mente,! y podíamos ver las diferentes operaciones. Recuerdo que cerrábamos los ojos y prácticamente veíamos los números para operar y al final calcular el resultado. También nos hacía estudiar en varios mapas “mudos”, es decir sin textos. En ellos aprendíamos a conocer nombres de los ríos, los volcanes, los países, sus capitales, etc. etc. Pero…no solo de España, sino de todo el mundo. Además estos ejercicios y otros más, los hacíamos en forma de competición... Pero competíamos en buena lid, jugando de verdad y el premio era ocupar los primeros puestos en los bancos de la clase. Salíamos tan bien preparados en aquella fase de enseñanza que pasábamos a Primer Curso de Bachillerato, sin más exámenes de entrada, como era lo legislado para poder iniciar los siete años de Bachiller. Esta era una importante etapa para poder pasar a los estudios Universitarios.



En este mismo curso de la Preparatoria se podía optar a una Matrícula de Honor. Para ello, a juicio de Don Francisco elegía a cuatro o cinco alumnos, de los más aventajados que los demás y durante el verano, en su casa particular, de la calle Marqués de Cabra, que era la misma casa que vivía el célebre y querido poeta egabrense Don Juan Soca, que era su cuñado. Don Francisco nos enseñaba a efectuar varias redacciones gramaticales y operaciones matemáticas. Los alumnos que aquel año eligió, yo fui uno de ellos. Los demás afortunados eran, Antonio Palomar Yébenes, Alonso Santiago Alguacil, Eduardo Oteros Priego y Alfonso Guijarro Porras. Los ejercicio los hicimos ante un Tribunal, presidido por el entonces Director Don José Arjona López. El ejercicio nos salió bordado, todos lo aprobamos y conseguimos la deseada Matrícula de Honor. Para mí personalmente, fue de una satisfacción muy grande, pues como decía en principio, ¡¡ no solo de travesuras vivíamos los chiquillos de esa época.!!

Una vez iniciados los estudios de Bachillerato ya no nos iba tan a gusto como con Don Francisco. Cada Profesor era de una manera de ser y ni intelectual ni humanamente se parecían a nuestro querido Maestro. Esta primera etapa del Bachillerato era más seria, pero no por ello dejamos de hacer las travesuras de antes. Por consiguiente volvimos a nuestras andanzas y que a continuación paso a relatar.

Teníamos un Profesor de Ciencias Cosmológicas, lo que hoy se llaman Naturaleza, llamado Don Miguel Ruiz Ballón. Este hombre era un gran tipo, tenía las ocurrencias más originales que de profesor alguno se cuentan. Como por ejemplo... Sentarse encima de su bufete... en lugar del sillón. También el aprendernos  de memoria un pequeño párrafo del libro, con puntos y comas, que tenía aquella frase.  Recuerdo que un día llevaba yo a la clase, sin que lo viera el Profesor, un pequeño camaleón vivo, me acuerdo perfectamente. Los compañeros que estaban cerca de mí se chivaron ... Entonces Don Miguel,  con potente voz  me dice: -¡Que el señor propietario del reptil, salga inmediatamente de la clase y deposite en campo abierto al inocente animal y lo ponga en libertad!. Vean mi  azoramiento, saliendo expulsado de clase, por culpa de mis compañeros chivatos ... Otro día se cuenta, que a un alumno  amigo mío llamado Pepe Figueras, que era un “pinta” le dijo que nombrara a cinco  animales del Polo Norte ... Y que este le contestó ...- ¡ Tres osos y dos focas!.-... Y se quedó tan pancho.

Otra anécdota que no se me olvida fue con otro Profesor, llamado Don Manuel Cordón, y de mote “El Púo”. Este era un señor. que, intelectualmente era un fuera de serie, pero... Era, un ¡¡ gran tímido!!, se podría denominar enfermiza. El colmo de la timidez ... No podías mirarle a la cara, porque se ponía ruborizado y eso, yo lo explotaba mirándole muy fijamente y de esta forma no me sacaba a la pizarra…¡nunca!. A mí no me tragaba, por eso yo lo pagaba con no asistir, casi nunca, a sus clases. Pero algún día que otro, me daba por asistir y al verme ... :exclamaba...¡¡ HOMBRE, ...HOY HAN VENIDO A CLASE, EL SABIO CORPAS, EL ILUSTRE GUZMÁN Y SUUU... PANDILLA !!.

Así iba transcurriendo mi etapa escolar, yo les podría contar muchas más anécdotas, pero había algunas cosas que recuerdo con mas fuerza. Era calcular el tiempo que tenía que pasar, para faltar a una, dos o más clases del Instituto. Esto iba compaginado con el paseo que pensábamos dar. Por ejemplo: decíamos, vamos a faltar a una sola clase ...entonces nos íbamos para la senda de las huertas del Caz, de forma que el regreso coincidía con la salida de la clase anterior. Que los “novillos” eran para faltar a dos clases...entonces el paseo era algo mayor. Y por último, si decidíamos faltar a todas las clases de la mañana. Entonces organizábamos un partido de futbol en el Campo Chico, o bien nos íbamos a dar un paseo hasta llegar al “Chorrón”, lugar que nos gustaba mucho por la belleza del paisaje y la cantidad de agua que bajaba, entonces, por aquel río y que ahora no se le ve ni gota de agua.


sábado, 13 de diciembre de 2014

LOS PIROTÉCNICOS

Salvador y Manolo Guzmán
Con uniforme de Pelayos (1937)

No me cabe la menor duda de que no fuimos nosotros, ni mi hermano Manolo, ni yo, los que inventamos la pólvora.


La pólvora fue inventada por los chinos hace muchísimos años antes, al parecer llegó a Europa introducida desde el cercano Oriente Medio, aunque se ha demostrado que en China se conocía desde el siglo IX. En un principio se le llamaba “polvo negro”. Hasta el siglo XIII la pólvora era monopolio de China y a partir de  esta fecha se empezó a utilizar en Europa, siendo este explosivo solamente usado para los cañones. A partir del siglo XV ya se empleaba en armas de fuego personales. 


Los chiquillos de nuestra época, años 30 y 40 del siglo XX, teníamos a nuestro alcance pequeños fuegos artificiales y bombas infantiles que las vendían en Cabra en una tienda de la calle Córdoba llamada la “Casa de Jiguitos”. Valían una “pasta” y nosotros no teníamos entonces un céntimo. Mi hermano Manolo, que era el inventor de la pandilla, se le ocurrió que podíamos fabricarlas, …¿cómo?...Muy sencillo en la Droguería de la Señora, (La Viuda de Acosta) en la calle Buitrago, compramos unas pastillas de Clorato Potásico que se usaban para curar pequeñas heridas de la boca, y machacándolas las convertíamos en polvo, después le añadíamos azufre y carbón también en polvo. Con estos tres ingredientes muy bien mezclados, fabricábamos nuestra… ¡pólvora!.



En otros momentos, con cañas de la vereda del riachuelo de las huertas altas de la Senda de Enmedio, construíamos unos castillos amarrados con cuerda y en las juntas colocabamos unos saquitos de nuestro misterioso explosivo, los uníamos a otros saquitos con una cuerda mojada en aguacola y emborrizada de nuestra pólvora casera. 



Cuando prendíamos fuego a nuestra obra de arte de caña, aquello comenzaba a arder con una bonita llama de color violeta y al poco se consumía entre llamaradas aquel frágil castillo… ¡nuestro invento se había hecho realidad! ya éramos unos auténticos pirotécnicos.