domingo, 10 de septiembre de 2017

Don ANTONIO PEÑA LÓPEZ, sacerdote y profesor de italiano


Don Antonio Peña López, era sacerdote y profesor del italiano cuando yo andaba estudiando bachillerato en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra. Personalmente lo recuerdo bien porque era unos de los amigos de mi padre y lo veía frecuentemente en mi casa, la Fonda Guzmán, que además de pensión, era despacho de vinos y una pequeña taberna. 

En aquellos tiempos y según las personas entendidas, los caldos de Moriles eran al parecer de gran categoría. Y don Antonio Peña lo era también, entendido y de categoría,  por eso frecuentaba mi casa, para saborear un vasito de este vino “fino” llamado del “quince”, por ser su precio de 15 céntimos de peseta, y que mis padres criaban en las siete viejas botas de lo que fue en tiempos un lagar.

Recuerdo, de aquellos años de la Guerra, que cuando en la iglesia me acercaba a su confesionario siempre, siempre, me recibía con la misma frase de bienvenida: ¡hola “cagachín”!... ¿Qué pasa?

En nuestra Ermita de la Virgen de la Sierra recibí, precisamente, de don Antonio Peña, mi Primera Comunión; corría el mes de julio de 1937 y recuerdo que conmigo también la hicieron, Domingo y Antonio, dos de los hijos de Antonio el Santero.


A este ejemplar sacerdote y profesor, le gustaba mucho pasear por el campo y para ello se vestía con un viejo pantalón de pana y un sombrero de paja. Y se contaban muchas y simpáticas anécdotas de él. Así se decía que en cierta ocasión paseando por el campo se acercó con esa indumentaria a un cortijo donde lo tomaron por el “paragüero”, con el consiguiente enredo por la confusión... 

Yo, personalmente, no fui alumno de italiano del profesor Peña en el Instituto, pero mis compañeros me contaban que en sus clases lo pasaban de maravilla. En su aula, que era muy pequeña y estrecha, la pizarra estaba colocada formando un triángulo en el rincón de dos paredes, lo que le valió que fuera conocida con el nombre de la "clase del meaero” por su similitud con la forma de un urinario público. 


Estos son algunos de los recuerdos que tengo de don Antonio Peña y que me resisto pasen al olvido. Pero mejor que yo, recurramos a saber más de su persona a través de lo se publicó en uno de los semanarios locales: 

“Reducir a unas pocas líneas la inmensa personalidad de don Antonio Peña López, a pesar de su enjutez física, de su permanente delgadez la que contrastaba con la anchura desmedida del alma, de aquel sacerdote, de aquel hombre, de aquel educador, de aquel cabreño sin tasa que fuera don Antonio Peña. 

Hablar de don Antonio es recordar al amigo de todos. Al profesor inteligente, afectuoso y ameno… ¡Qué difícil ser maestro a su aire!... amigo de todos sus alumnos. Hablar de religión, hablar y enseñar naturaleza, pasear sin descanso por los campos de Cabra con sus alumnos… ¡Cómo le entusiasmaban las colmenas!..., pensar en voz alta los que estaban a su lado, ser generoso sin tasa y sin pregonarlo. Servir a todo el mundo que lo necesitara…, eso y muchas cosas más era el cura Peña. Don Antonio, el buen amigo.

Se refería, en una ocasión, de una orden recibida del Obispado, en la que se debía pedir a los fieles para que diesen su óbolo para una institución de la capital. Don Antonio, sencillamente, sin darle más importancia a la cosa, … ¡en aquellos tiempos!... terminó diciendo: -Esto es lo que nos ordena decir en la misa el señor Obispo y yo siempre obedezco humildemente, pero he de añadir, que mientras haya en Cabra un solo pobre no pienso dar una sola perra a los pobres de Córdoba; el que libremente quiera hacerlo… ¡que lo haga!-.

Consejero, amigo, cura, intelectual de altura, este fue el inolvidable Cura Peña… al que hoy con orgullo y creemos con gratísimo afecto, lo recordamos muchos egabrenses”.


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